Ya sean públicas o privadas las piscinas entran dentro del “kit de supervivencia veraniega”. Pero conllevan un serio problema sanitario: que varias personas (conocidas o desconocidas) se bañen juntas en la misma masa de agua, mezclado con el calor veraniego, puede convertir una piscina en un caldo de cultivo para diferentes bacterias. Por suerte, tenemos un elemento químico que nos ayuda en la protección en la piscina: el cloro.
El cloro puro es un elemento químico que está presente en forma de gas verde claro. Si se inhala provoca mareos, somnolencia y nauseas durante varias horas. En la piscina normalmente se añade el cloro en forma de pastillas (formados por algún compuesto químico con cloro en su composición) pero existen piscinas donde el cloro se usa en forma gas diluyéndolo lentamente en el agua de la piscina. Este sistema es más caro pero evita los problemas secundarios del resto de componentes químicos de la pastilla, además de que su efecto dura más tiempo. El principal problema es que un error en la colocación de la bombona de cloro, o una mezcla inapropiada de los componentes puede provocar la liberación de una nube de cloro tóxica encima de los padres e hijos que estén jugando en la piscina. Esa situación se produjo en 2008 en una piscina municipal de Madrid (España); circunstancia que pasó a la fama por la entrevista realizada a la responsable de la liberación de la nube. Ella lo definió como “una reacción química que lo flipas”.
A pesar de su fama bactericida no es el cloro puro lo que mantiene desinfectada el agua. Es el producto que se obtiene a partir de la reacción química entre el cloro y el agua: el ácido hipocloroso. Este ácido no posee ninguna carga eléctrica, pudiendo atravesar la membrana externa de la mayoría de agentes patógenos, especialmente bacterias, pudiendo ser destruidos desde su interior. Esta estrategia no funciona en todos los casos, y existen microorganismos capaces de evitar su acción, los más comunes son los virus, especialmente los intestinales que provocan diarrea y pueden transmitirse por el agua. Por eso es recomendable que los niños con alguna enfermedad gastrointestinal no se metan en la piscina, ya que pueden contagiar al resto de bañistas.
El ácido hipocloroso es bastante efectivo pero también es químicamente inestable, ya que puede reaccionar con las moléculas de agua de su alrededor, formando otros ácidos clóricos menos útiles. Para evitarlo existe un factor conocido por todo dueño de piscina: el pH. Este factor (que señala la cantidad de protones en el agua) es clave para tener la “forma” correcta de ácido en las aguas. El pH ideal en una piscina es entre 7.2 y 7.8; si aumenta no se forma el ácido adecuado, y si el pH es demasiado alto o demasiado bajo producirá daños en los bañistas, como picor de ojos o enrojecimiento de piel. (Sí, no es culpa del cloro que te piquen los ojos, sino que el pH de la piscina está mal nivelado).
Otro de los mitos alrededor del cloro de piscina es su olor. Una piscina con un olor intenso a cloro no significa que tenga mucho cloro y esté por tanto mejor desinfectada, sino que ese olor penetrante es producido por unos tipos de compuestos químicos llamados cloraminas, que se forman cuando el ácido hipocloroso reacciona químicamente con el sudor o la orina. Un olor intenso indica mayor concentración de sudor y orina (y probablemente un agua más sucia). Por eso es recomendable ducharse antes de entrar al agua para quitar los restos de sudor que arrastremos. Las medidas para la orina te dejo pensarlas a tí solo.
Ya tienes un cursillo acelerado de la química de piscinas. Ya sabes, aléjate de las piscinas que huelan demasiado a cloro, y dúchate antes de entrar. ¡Espero que te remojes este verano!
Fuente | Live Science