¿Los animales son inteligentes? Esta es una de las grandes preguntas sin resolver a lo largo de la historia y a la que han dedicado tiempo desde biólogos hasta filósofos. Para tratar de resolverlo casi todo el mundo ha usado una aproximación arriba-abajo. Es decir, nosotros somos los que poseemos inteligencia humana “superior” así que para considerar a un animal como inteligente tendremos que encontrar cualidades parecidas a las nuestras: un animal inteligente debe tener un lenguaje para comunicarse, una capacidad de aprender, de analizar problemas o de reconocerse a si mismo delante de un espejo.
Sin embargo, esta aproximación no es la única que existe. La otra aproximación es la de abajo-arriba: estudiar la inteligencia animal tal y como es, sin comparar sus habilidades con las nuestras. Es posible que existan diferentes tipos de inteligencia diferente a la humana, y no por este motivo ser inteligencias inferiores, ciertos animales incluso pueden superar a los humanos en el desarrollo de ciertas tareas. Un buen ejemplo de este tipo es la inteligencia de los insectos.
Normalmente los insectos han sido injustamente menospreciados en términos de inteligencia. Aunque los insectos sean capaces de recoger comida, huir de depredadores, orientarse a grandes distancias y cuidar de sus hijos (cosas que la mayoría de mamíferos somos capaces de hacer), el hecho de que su cerebro fuera pequeño y poco estructurado planteaba demasiadas cuestiones a los neurocientíficos que pensaban que el tamaño del cerebro y su complejidad lo era todo. De esta forma, para evitar la paradoja, durante años se ha considerado que los insectos simplemente no podían ser inteligentes, si acaso podrían tener un comportamiento colectivo sin mucho raciocinio entre sus miembros. Y este pensamiento estuvo presente hasta los años sesenta.
Parece que esto ha ido cambiando poco a poco. En los últimos años han aparecido multitud de laboratorios que estudian la inteligencia de los insectos basándose en la aproximación abajo-arriba, es decir, describiendo su inteligencia desde cero y sin comparaciones. No se preguntan si los animales son inteligentes, sino de que son capaces. Y estos laboratorios realizan descubrimientos sorprendentes: en Medciencia hablamos de la capacidad de las abejas para sentir campos eléctricos en las flores, de la existencia de hormigas mercenarias y de la inteligencia animal en general.
La última novedad en el campo tiene que ver con la orientación de las hormigas. Las hormigas son exploradoras natas, y su habilidad para encontrar comida, comunicárselo a sus compañeras e ir todas juntas a recolectar requiere de saber orientarse correctamente alrededor del hormiguero. El famoso físico Richard Feynman jugaba con hormigueros a menudo. Observó que si se limpiaba con alcohol el camino que seguían las hormigas hacia la comida, estas no eran capaces de hallar la trayectoria anterior y tenían que volver a crear un nuevo camino. Rápidamente el nuevo trayecto se convierte en el preferido por todas las hormigas para llevar la comida al hormiguero. Si lavar el camino desorienta a las hormigas, estas deben producir algún compuesto químico que liberan a lo largo del recorrido para señalar el camino correcto a la comida.
Actualmente sabemos que ese compuesto es el ácido fórmico, pero eso no es todo. El ácido fórmico se libera en caso de haber encontrado comida, en caso contrario la hormiga necesita otros métodos para orientarse sin producir sustancias químicas. De esta forma, se sabe que las hormigas son capaces de orientarse por señales visuales, forma del terreno, inclinación, olores, número de pasos y muchas otras características de su alrededor, probablemente más de las que tenemos nosotros. Nos perdemos con más facilidad que las hormigas.
En los últimos años se ha comprobado que estas tareas de navegación se dividen en diferentes regiones del cerebro de la hormiga. Se cree que existen tres módulos encargados de la navegación: un módulo se encarga del reconocimiento de la distancia y del recorrido realizado, actuando como un GPS que indica el camino más corto de vuelta; otro modulo se encarga del procesamiento visual y de la búsqueda de pistas visuales que señalen la ruta correcta; y el tercer módulo activa un sistema de emergencia neuronal encargado de buscar patrones que sean familiares en caso de perderse.
En un nuevo estudio, realizado por Antoine Wystrach se ha comprobado la existencia de una cuarta estrategia de orientación: la capacidad de recordar y aprender del último tramo de trayecto. Si de repente se encuentran en un entorno desconocido, las hormigas son capaces de volver sobre sus pasos y trazar la nueva ruta. Esta estrategia también la usamos los seres humanos para orientarnos en una ciudad: si nos encontramos en un barrio desconocido, retrocedemos buscando salir de él hasta llegar a un entorno familiar. Esto también implica que las hormigas deben tener algo similar a una memoria, y que son capaces de combinarla con su orientación.
Los seres humanos aún tenemos mucho que aprender del resto de animales. Quizá seamos más inteligentes a la hora de poder montar satélites y construir un GPS, sin embargo las hormigas tienen un mejor sistema de orientación. Es bueno recordarlo a la hora de ir por el monte para no pisar ninguna.
Fuente | Scientific American