¿Nuestro corazón tiene memoria propia?

Vamos a ver, soy plenamente consciente de que empleamos el término “corazón” para aludir metafóricamente a la personalidad. Por ejemplo, si una persona es muy noble, generosa y amable, tendemos a decir: “¡Oh! ¡Qué buen corazón!”; o, en su defecto: “Tiene un gran corazón”, o incluso: “¡Esta persona tiene un corazón de oro!”.

Cuando era pequeña, hace unos cuantos años, allá por 1993, pasé aproximadamente dos meses (el tiempo transcurrido desde que escuché esa expresión por primera vez hasta que me explicaron lo que significaba en realidad) pensando que el vecino del quinto tenía un corazón, efectivamente, dorado, y de valor incalculable. Cuando descubrí que lo que ocurría es que era una persona que se preocupaba por los demás, haciendo todo lo posible por ayudar al prójimo, empecé a preguntarme a santo de qué se empleaba el corazón (bien fuera en cuanto a tamaño, calidad ó material constituyente) para designar el grado de bondad. ¿Por qué no se decía “¡Oh! ¡Qué buenas cejas tiene esta persona!” ó “¡Hay que tener buenas orejas para ser tan considerado!”? ¿Por qué el corazón? ¿Porque está más o menos en el medio? Bueno, si nos ponemos así, también podríamos decir que una buena persona tiene “un esternón de oro”, y no lo decimos. ¿A que no?

Bueno, pues como muchas otras cosas, lo acepté como un acto de fe, hasta que una persona que es muy buena conmigo y que siempre me ha ayudado en todo (y, pese a las peleíllas que tenga con esa persona, creeré fervientemente que tiene un gran corazón), me dijo que le habían contado que si a una persona se le practicaba un trasplante de corazón, adquiría la misma personalidad que el donante.

Por ejemplo. Si a una chica muy antipática y huraña se le sustituye el corazón defectuoso por uno que en su día perteneció a una joven dócil y empalagosamente dulce, la receptora sufrirá un cambio de personalidad que le hará tener las mismas aficiones, el mismo temperamento, e incluso las mismas fobias que su donante. Esto da un poco de miedo si no sabemos a qué se debe, y suena incluso algo supernatural, pero tiene más sentido de lo que parece.

Vamos a ver, ¿a que los elementos clave para conformar nuestra personalidad, memoria, etc. están en el cerebro? ¿A que sí?

Pues no. Supuestamente existen los llamados neuropéptidos, que realmente no son más que unas sustancias van por todo el cuerpo transmitiendo emociones. Aún no se sabe por qué van a órganos como el corazón (se cree que ayudan a que éste funcione en un cuerpo ajeno al que le es originario), o los riñones, etc. Pero van, y según se piensa, muchos se almacenan ahí, de modo que cuando una paciente adquiere un corazón nuevo, esos neuropéptidos se liberan y “cambian” su personalidad para hacerla más parecida a la de la persona que donó su corazón. Todo esto recibe el nombre de memoria celular (ya que explica que los recuerdos de experiencias pasadas que conforman nuestra personalidad se almacenan en las células).

Por eso siempre he dicho que, cuando fallezcamos, en vez de pedir que nos entierren ó incineren, también resultaría muy bonito donar órganos, no sólo porque salvaríamos muchas vidas, sino porque nuestra personalidad (única en todos y cada uno de nosotros) se perpetuaría varios años más. Así de inmortal es la memoria y la huella que podemos dejar en este mundo una vez nos marchemos a otros.

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