¿Por qué soy torpe? ¿Existe alguna cura para la torpeza?

Todos tenemos un amigo que no para de tropezarse por la calle, que derrama la taza de café cada dos por tres, o al que siempre se le cae el bolígrafo en clase… Y es que, aunque nosotros también suframos algún que otro momento de torpeza a lo largo del día, es curioso ver cómo ciertas personas parecen tener esa “habilidad” para ser extremadamente patosas. Las meteduras de pata ajenas a menudo suelen provocar ataques de risa. Sin embargo, la situación deja de tener su gracia cuando somos nosotros ese amigo con las manos de mantequilla.

La autoestima, un elemento clave en la torpeza

autoestima

A nadie le gusta describirse a sí mismo como “torpe” (del latín turpis: falto de habilidad o con poca destreza), pero hay veces en las que las acciones hablan por sí solas, y son éstas las que acaban por definirnos. Los psicólogos aseguran que la falta de seguridad y autoestima nos lleva a precipitarnos en nuestros movimientos, provocando por ejemplo una caída o un leve titubeo al hablar. Inevitablemente, aquello que nos rodea nos somete a una presión a la que nos cuesta hacer frente en mayor o menor medida. Cuando además sumamos el conocido sentido del ridículo a la ecuación, el resultado es la poca capacidad de la persona para actuar con naturalidad y superar con éxito cualquier tarea.

Es decir, el miedo a fallar, a ser juzgados por los demás, se convierte en un verdadero impedimento a la hora de llevar a cabo una decisión. Pero esta vergüenza tan conocida por todos existe precisamente porque hay alguien que nos está observando, un espectador que por lo tanto nos está “poniendo a prueba”. Si nadie hubiera sido testigo cuando se te cayó el plato de sopa al suelo, no te hubieras sentido tan mal. En cambio, como esto sucedió en el restaurante que estaba abarrotado de gente, por un instante deseaste que la tierra te tragase.

Es natural sentir esa presión social, ese miedo a equivocarnos, puesto que hemos crecido siguiendo un modelo de conducta que nos incita a ser perfectos, o dicho de otra manera, a hacer las cosas lo mejor posible. Por eso lo imperfecto se traduce en fallos, en no estar capacitado para algo o no ser aceptado por alguien. Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza, por lo que la aceptación y reconocimiento en la sociedad constituyen una necesidad casi vital.

Las causas de la torpeza

Debemos distinguir las causas por las que puede producirse una torpeza, ya que no todas presentan el mismo nivel de gravedad. Tras haber padecido una enfermedad del sistema nervioso o sufrido un accidente, la actividad motora de nuestro cuerpo puede verse afectada. Por otro lado, ciertas conductas que incluyen movimientos repetitivos, como teclear continuamente en el ordenador, están asociadas a un adormecimiento y dolor de las manos (lo que se conoce como síndrome del túnel carpiano), que pueden dificultar acciones tan simples como sostener un lápiz, abotonarnos una camisa…

Pero alejándonos de los síntomas provocados por una patología, nos preguntamos: ¿por qué ciertas personas son tan torpes? La respuesta es de lo más sencilla; porque nacieron así.

Según un estudio de la Universidad de Delaware en el que se realizaron pruebas para medir la velocidad de reacción y la percepción visual, sonora y táctil de diferentes atletas, se descubrió que aquellos que presentaban problemas de coordinación tenían una mayor tendencia a sufrir lesiones al realizar un actividad física que aquellos atletas con una velocidad de reacción y coordinación más desarrolladas. La torpeza podría definirse como un momento de distracción, en el que, consciente o inconscientemente, se interrumpe la conexión entre los músculos y el cerebro. Por ello el perfil de persona patosa suele asociarse a la gente distraída, que a menudo se encuentra ensimismada, soñando despiertos; no siendo conscientes del momento presente.

Entonces, si alguien nace torpe, ¿será igual de torpe el resto de su vida? No tiene por qué. Existen ejercicios que entrenan al cerebro disminuyendo el estrés, las distracciones y la ansiedad, ayudando a establecer una mejor conexión entre el cerebro y el resto del cuerpo, para adaptarse mejor a cada situación. De igual manera, se puede ejercitar la coordinación visual y manual para progresar en la velocidad de reacción.

En definitiva, ser torpe significa tener dificultad para adaptarnos a una situación determinada. A veces esto lleva a pasar por más de un mal rato, ya que tenemos mayor probabilidad de sufrir un accidente o hacernos daño. Pero la mayoría de las veces, las consecuencias no son mucho más graves que hacer un poco el ridículo. Además, no todo son desventajas. En dosis apropiadas, la torpeza engendra ternura, como cuando vemos a una cría de oso panda incapaz de dar dos pasos sin tropezarse. Así que la próxima vez que te caigas al suelo por tener la cabeza en las nubes, no te preocupes; seguro que alguien te encontrará adorablemente torpe.

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