Hoy como cada semana volvemos con una nueva enfermedad de cuento de hadas, sólo que seguramente muchos de vosotros como poco habréis oído hablar de ello, aunque por supuesto no bajo el nombre de “Síndrome de la Bella y la Bestia”.
Bien, lo más habitual es referirse a tal síndrome como el “Síndrome de Estocolmo”. Como curiosidad, se le dio este nombre tras un incidente en 1973 en Estocolmo en el cual durante un asalto a un banco los delincuentes fueron descubiertos por la policía y retuvieron a los empleados y a los clientes que habían sorprendido en el interior como rehenes durante varios días. En el transcurso de ese tiempo de negociaciones, los rehenes se identificaron con los raptores hasta tal punto que colaboraron con ellos protegiéndoles de las acciones policiales. Además, en el momento de la liberación, un periodista fotografió el instante en que una de las rehenes y uno de los captores, antes de ser él detenido, se besaban y se comprometían en matrimonio.
El síndrome de Estocolmo sería entonces una especie de mecanismo de defensa inconsciente del secuestrado, que no puede responder a la agresión de los secuestradores y que se defiende también de la posibilidad de sufrir un shock emocional. Así, se produce una identificación con el agresor, un vínculo en el sentido de que el secuestrado empieza a tener sentimientos de identificación, de simpatía, de agrado por su secuestrador.
Cuando alguien es retenido contra su voluntad y permanece por un tiempo en condiciones de aislamiento y sólo se encuentra en compañía de sus captores puede desarrollar, para sobrevivir, una corriente afectiva hacia ellos. Esta corriente se puede establecer, bien como nexo consciente y voluntario por parte de la víctima para obtener cierto dominio de la situación o algunos beneficios de sus captores, o bien como un mecanismo inconsciente que ayuda a la persona a negar y no sentir la amenaza de la situación o la agresión de los secuestradores. En esta última situación se está hablando de Síndrome de Estocolmo.
Lo que se observa en la mayoría de los casos es una especie de gratitud consciente hacia los secuestradores, tanto en los familiares como en los individuos. Agradecen el hecho de haberlos dejado salir con vida, sanos y salvos y a veces recuerdan – sobre todo en las primeras semanas posteriores al regreso – a quienes fueron considerados durante ese trance o tuvieron gestos de compasión y ayuda.
NO.
Las reacciones de este tipo están consideradas como una de las múltiples respuestas emocionales que puede presentar el secuestrado a raíz de la vulnerabilidad y extrema indefensión que produce el cautiverio,
De hecho, el síndrome de Estocolmo es una respuesta poco usual aunque el fenómeno ha sido tan tergiversado, que la gente ha llegado a pensar que es una “enfermedad” que padecen todas las personas que atraviesan por una situación de cautiverio.
Por esto con frecuencia se convierte en una de las mayores preocupaciones expresadas por los familiares de los secuestrados y las propias víctimas después de la liberación.
Existen varios requisitos para que se dé el síndrome, que serían los siguientes:
- Sólo se presenta cuando la persona se identifica inconscientemente con su agresor, ya sea asumiendo la responsabilidad de la agresión de que es objeto, imitando física o moralmente la persona del agresor, o adoptando ciertos símbolos de poder que lo caracterizan.
- Es necesario que el secuestrado no se sienta agredido, violentado ni maltratado. De lo contrario, el trato negativo se transforma en una barrera defensiva contra la posibilidad de identificarse con sus captores y aceptar que hay algo bueno y positivo en ellos y sus propósitos. Si los ex secuestrados califican las condiciones de secuestro y el trato recibido como deleznable, impiden el desarrollo del Síndrome.
- Unas primeras manifestaciones de agradecimiento hacia los captores son realmente frecuentes, y se dan en muchísimas víctimas de secuestro y también en sus familiares. Sin embargo, para hablar de síndrome de Estocolmo, estas manifestaciones deben prolongarse a lo largo del tiempo, aún cuando la persona ya se encuentra integrada a sus rutinas habituales y haya interiorizado la finalización del cautiverio.
Fuentes: Wikipedia/Salut Mental