La policía y los militares han contado durante décadas con la colaboración de perros adiestrados para olfatear explosivos en aeropuertos y otros grandes espacios públicos. Sin embargo, existe una especie animal con la que hace pocos años se empezó a investigar la posibilidad de un mejor rastreo y que es la protagonista del artículo de hoy: la abeja. Y es que la capacidad olfativa de este insecto tiene poco que envidiarle a la del hocico canino.
Un grupo de científicos pertenecientes a la Defense Advanced Research Projects Agency comenzó a trabajar con abejas en el año 1999, cuando se percataron del enorme potencial de éstas. Si una sola abeja es capaz de detectar los diminutos granos de polen que necesita para elaborar la miel, ¿por qué no podría localizar con la misma facilidad otras partículas de pequeño tamaño presentes en el aire, como restos de materiales utilizados para fabricar bombas? A priori, no habría ningún problema para llevar a cabo este cometido. Únicamente se requeriría un entrenamiento específico para el insecto.
¿Cómo se entrena a una abeja?
De la misma manera que se entrena a todos los animales para hacer cualquier cosa: asociando un estímulo particular con una recompensa. En el caso del perro de Pavlov, el famoso fisiólogo demostró, gracias a la asociación del sonido de una campana con el olor de la comida, que un perro puede comenzar a salivar cuando percibe dicho sonido. En el caso de las abejas, varios investigadores de Los Alamos National Laboratory llevan a cabo diferentes estudios para asociar el olor de los elementos que componen una bomba con agua azucarada, para que las abejas extiendan su aparato bucal, la probóscide (como si estuvieran a punto de extraer el néctar de un flor) cuando huelan explosivos.
Con las abejas colocadas en pequeños tubos, los científicos liberan el olor de los componentes químicos utilizados para fabricar explosivos como la dinamita, C-4 y las bombas líquidas. Entonces, cada abeja comienza a extender su probóscide y a ondearla al aire, en busca de néctar. Esta obvia y esperada respuesta es la clave que hace posible el adiestramiento. Gracias a su reducido tamaño, los investigadores pueden utilizar equipos de vigilancia para detectar la agitación de las probóscides. Luego, mediante una cámara digital que se combina con un software de reconocimiento de patrones, se puede comprobar la presencia de explosivos en las proximidades.
Detección discreta de sustancias
En experimentos llevados a cabo con anterioridad, las abejas fueron entrenadas para ser atraídas por los explosivos con el mismo método de recompensa del agua azucarada. Para ello, se las ubicó alrededor de una fragancia de 2,4-dinitrotolueno, un residuo químico dejado por varios tipos diferentes de bombas. Las abejas trabajaron muy bien en pequeñas zonas al aire libre, donde los guardias de seguridad las tuvieron localizadas en todo momento, aunque fue más difícil seguirles la pista cuando se las puso en espacios más amplios. Fue así como se les ocurrió equipar a las abejas con diminutos transmisores de radio para encontrarlas a ellas y a la presunta bomba.
Las abejas pueden detectar en el aire partículas químicas de pequeñas dimensiones moleculares, por lo que pueden “oler” los explosivos en aeropuertos, estaciones de metro o zonas de control en países que se encuentren en conflictos de guerra donde suelen colocarse minas. Asimismo, se puede a adiestrar a estos insectos para que olfateen drogas como la metandetamina o la cocaína. Una técnica de rastreo tan discreta como un zumbido.
Fuente | DARPA