Mejor que no nos lo creamos mucho. Que nos salga muy bien una cosa, que nos salga bien casi de forma automática, no significa que a medida que pasa el tiempo la perfección a la hora de hacerla no vaya menguando. Nos estamos refiriendo al aprendizaje motor o a la memoria motora, que se produce en actividades tales como levantar un vaso vacío o lleno, cerrar la puerta del coche, coger una caja, aprender a ir en bicicleta o incluso mover con precisión un objeto de un lugar a otro. Todas estas cosas, que hacemos sin pensar, pueden llegar a hacerse de forma completamente defectuosa si no somos capaces de aprender de los errores. Tranquilicémonos. Es algo que el cerebro acostumbra a hacer.
Nuevas investigaciones de la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos sugieren que mantener la “memoria motora” a la hora de realizar una tarea sencilla (es decir, saber cómo hacer algo sin tener que pensar) requiere de retroalimentación y de errores. En otras palabras, si las personas no son capaces de percibir sus propios errores al completar una tarea rutinaria y simple, su habilidad disminuirá con el tiempo. La razón parece lógica: si bien el cerebro humano no olvida pasivamente nuestras buenas técnicas y habilidades (el aprendizaje motor deja una huella permanente en el cerebro), sí que opta por dejar a un lado lo que ha aprendido. Por otro lado, el cerebro selecciona qué acciones son las que hay que realizar y necesita la experiencia de los errores para ayudar en que esta selección sea la apropiada. Es un poco la idea de ensayo-error. Al realizar una acción, una retroalimentación correcta genera aprendizajes cada vez más significativos (no tan sólo automáticos).
En el estudio, publicado en The Journal of Neuroscience, los investigadores han descrito sus últimos esfuerzos para estudiar cómo se forman y se gestionan los recuerdos motores, centrándose en un fenómeno experimental conocido. Se pidió a los colaboradores que realizaran una sencilla tarea, tras la cual recibían una retroalimentación siempre positiva (deliberadamente engañosa), es decir, recibían la idea de que el desempeño era en todo momento perfecto. Al ir repitiendo las acciones y con esta falsa retroalimentación, este rendimiento fue empeorando de forma gradual.
Cómo se retroalimenta el cerebro
Daniel M. Wolpert, Zoubin Ghahramani and J. Randall Flanagan publicaron en 2001 una revisión sobre el aprendizaje motor desde una perspectiva computacional. Lo cierto es que es un tema complicado y de difícil comprensión, pero ya en ese momento hablaban de que el sistema de aprendizaje motor puede interactuar con el ambiente a través de supervisión, a través del refuerzo y a través de la no supervisión. La supervisión implica que el desempeño del sistema de aprendizaje puede medirse a través del error, y los errores se convierten en cambios requeridos de la orden motora. Por el contrario, en la interacción con el ambiente sin supervisión no se genera ningún tipo de retroalimentación. El problema que detectaron en ese entonces Wolper et. al. es que el principal problema del aprendizaje puramente sin supervisión es que no había garantía de que la representación aprendida fuera útil para la toma de decisiones y el control.
El nuevo estudio va un poco más allá y confirma qué pasa con esta falta de retroalimentación: que el buen desempeño se reduce de forma gradual. Este declive en el buen desempeño de acciones automáticas no se trataría tanto de un proceso de olvido, sino más bien de selección; en otras palabras, el cerebro se nutriría de nuevas posibles respuestas motoras a partir de los “errores”, porque cuando las instrucciones motoras se acompañan de un resultado inesperado, el error resultante induce cambios en las instrucciones siguientes. En el trabajo reciente, en el cual los errores se eliminaron de forma artificial, no se produjeron estos cambios en las instrucciones y, por lo tanto, el cerebro se quedó con menos recursos (siempre ofrece la misma instrucción motora, siendo exagerados).
En resumen: el error (y darse cuenta del mismo) provoca una retroalimentación y un cambio en la acción motora resultante que culmina en que el desempeño no decaiga. La ausencia de error también produce un cambio en la acción motora, pero dicho cambio se basa en un decaimiento del rendimiento real.
El ejemplo del tenis
El tenis acontece un buen ejemplo para entender un poco todo este complejo proceso mental. El proceso de aprendizaje de este deporte se produce en muchas fases entre las cuales se incluyen la memoria y la ejecución motrices y, sobre todo, la retroalimentación, esencial en la mejora constante. La memoria motriz se adquiere con la práctica, con la repetición de patrones de movimiento, como la vivencia de muchas situaciones motrices donde haya que encontrar una solución al problema que plantea cada bola. Estas opciones permiten al jugador en concreto buscar en la memoria motriz para actuar en casa caso con la mejor acción posible.
El proceso de ejecución, como dice el propio nombre, constituye la fase en la que se ejerce el patrón de movimiento correcto en respuesta a la instrucción proveniente del cerebro. Pero es la fase de retroalimentación la que inicia la necesidad de mejora constante (y que determina nuestra inteligencia motriz). Una vez se han procesado todas las informaciones motrices anteriores, antes, durante y después de un golpe o una jugada en tenis, es necesario analizarlas y afirmarlas (buscar el error si es necesario), consolidar lo que se está haciendo bien o cambiar aquellas secuencias motrices o movimientos no correctos. Quien se limita a repetir un mismo patrón de movimiento sin intentar modificarlos limitará sus aprendizajes motores, no va a evolucionar.
Fuente | PsychCentral
Imagen | Patrícia Garcia (pachenha)