Aunque alguna vez os hemos comentado la posibilidad de usar el estrés en nuestro favor, la realidad es que a nadie le gusta estar estresado ni agobiado. De hecho, tanto estrés puede llegar a producirnos incluso depresión, por lo que no es necesario ni bonito abusar y conviene relajarse, pues la cosa podría ser peor. Sin embargo, ¿qué sucede cuando el estrés proviene de los demás? ¿Es contagioso? Evidentemente no hablamos de contagio como podría ser la gripe. Pero, ¿y la empatía? ¿nos puede llegar a jugar una mala pasada?
Si tu amigo se estresa, tu también te acabarás estresando
Según un estudio llevado a cabo por la Universidad de St. Louis, los efectos negativos del estrés (como el aumento de la hormona del cortisol en sangre) pueden producirse simplemente por ver como otra persona cercana está sufriendo dicho estrés. ¿Por qué? La respuesta es clara: La empatía.
Como bien comenta por su parte Dilip Jeste, director del Instituto Stein para la Investigación del Envejecimiento de la Universidad de California, en San Diego:
“La mayoría de la gente piensa en la empatía como algo positivo, pero puede llegar a ser agotador”
Jeste y sus colegas demostraron que los ratones que habían experimentado ligeros golpes reaccionaron alarmados cuando vieron como otros ratones recibían el mismo tratamiento. En el estrés humano la respuesta es similar, pues también nos estresamos cuando vemos que algún compañero o amigo sufre la bronca del jefe o profesor en algún momento. Y esto podría deberse a un tipo especial de neuronas, llamadas neuronas espejo, según afirma Marco Iacoboni, profesor y neurocientífico del Instituto de Investigación del Cerebro de la UCLA:
“Desde una perspectiva evolutiva, se cree que estas neuronas son la base de nuestra capacidad para entender las acciones de los demás. Y conforme hemos evolucionado, se han adaptado para ayudarnos a reconocer las emociones y el significado detrás de ellas. Cuando experimentamos una emoción, como el estrés, se cree que estas neuronas se disparan, estimulando ciertas regiones del cerebro. El cerebro recuerda esta reacción, así que cuando vemos a alguien que exhibe la misma emoción, la misma región del cerebro se activa otra vez”
Podemos oler el miedo ajeno
Por otra parte, también seríamos capaces de oler el miedo o estrés en los demás, según un estudio llevado a cabo en 2009 por parte de la Universidad Estatal de Nueva York. En dicho estudio se demostró que los productos químicos que se liberan en el sudor delante de una situación de estrés (en comparación a los liberados durante el ejercicio), conocidos como feromonas de alarma, pueden desencadenar inconscientemente una reacción de miedo en nuestra propia amígdala cerebral, incluso cuando no haya razones para ello.
“Las feromonas de alarma nos hacen más conscientes de las potenciales amenazas. Como resultado de esto, existe un constante estado de alarma máxima, lo que puede llegar a derivarse en trastornos como la ansiedad clínica”
El estrés contagiado, peor que el estrés propio
Ya conocemos la cantidad de perjuicios a los que puede dar lugar el estrés (algún día prometo hacer un repaso sobre ello), como podría ser la debilidad del sistema inmune, o un aumento de la presión arterial y riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, entre otros. Sin embargo, si dicho estrés procede del “contagio” del estrés de otro, las cosas empeoran, como bien explica el profesor Mujica-Parodi, de la Universidad Estatal de Nueva York:
“Normalmente, si molestamos a alguien enseñándole la foto de una cara enfadada, por ejemplo, el cerebro reacciona bruscamente al principio pero responde de forma gradual posteriormente. Esto no fue lo que detectamos en nuestro estudio del sudor, pues los sujetos no se acostumbran a las feromonas de alerta, lo que sugiere que la ansiedad crónica podría producir un potencial efecto de tensión directa mayor”
Y de hecho, este contagio de una tensión crónica podría empezar a edades muy tempranas, como demostró un estudio publicado en este mismo 2014 en la revista Psychological Science, donde se demostró que los bebés ya muestran un aumento significativo de su frecuencia cardíaca cuando sus madres se sienten agitadas tras una retroalimentación negativa al dar un discurso. De hecho, cuanto más alterada estaba la madre, más estresado estaba el bebé.
Como veis, no es buena idea estresarse. Pero, rizando más el rizo, es peor aún empatizar con alguien estresado, y sobre todo hacerlo durante demasiado tiempo. Cuidado.
Vía | OPRAH