Los videojuegos ya se están convirtiendo en un nuevo espectáculo de masas. Cada vez son más habituales las convenciones y competiciones internacionales en las que miles de jugadores o “Gamers” se miden para conseguir grandes recompensas; recompensas que van desde los miles de dólares hasta el reconocimiento y la admiración de toda la comunidad de jugadores. Y es que, al igual que las competiciones deportivas, estos torneos a menudo son seguidos por millones de personas. Es cierto que los videojuegos aportan ciertos beneficios cognitivos y, en casos de jugadores profesionales, también monetarios. Sin embargo, a veces pueden convertirse en una adicción.
Los beneficios mentales de los videojuegos
Numerosos estudios científicos han demostrado que las actividades competitivas, y los videojuegos lo son, pueden proporcionar beneficios en la conducta social y el desarrollo de habilidades. Además, dedicarse a ellas profesionalmente pueden tener efectos más ventajosos al proporcionar un plus de motivación y una necesidad de mejora constante. En cuanto a los videojuegos, los jugadores habituales desarrollan mucho más ciertas habilidades que los jugadores casuales: orientación espacial, memoria a corto plazo, reconocimiento de patrones, agudeza visual y un largo etcétera. Por otro lado, los videojuegos aportan al gamer un medio donde los conflictos se resuelven de una manera estratégica, entrenando así sus habilidades cognitivas.
Sin embargo, en la actualidad está abierto un debate en la comunidad científica acerca de las consecuencias que puede tener un abuso de las tecnologías. Cada vez son más los que afirman que el uso excesivo de los videojuegos puede acarrear el desarrollo de una adicción. Esto ocurre cuando se ve alterada la vida normal de la persona: se dejan a un lado otras actividades, comienzan a verse mermadas las calificaciones académicas o los videojuegos se convierten en un motivo de discusión con su entorno, por citar algunos ejemplos.
¿Jugadores profesionales o adictos?
Cuando un juego se convierte en un medio de conseguir dinero y de ganarse la vida ya no es un hobby: se convierte en una ocupación o un trabajo. En estas circunstancias es necesario jugar durante muchas horas todos los días, ya sea para practicar o competir. Entonces el jugador no ve su dedicación como un problema por los éxitos que conlleva. Sin embargo, los efectos patológicos del abuso de videojuegos siguen estando presentes. Esto implica que la vida llegue a estar dominada, en muchos casos, por esta actividad y se vean perjudicados otros aspectos como las relaciones familiares. Los jugadores se convierten, por tanto, en adictos al trabajo
Hay tres características psicológicas que definen a un adicto al trabajo. La primera de ellas es que se ven como grandes triunfadores o como personas muy productivas; la segunda es que se refugian en su trabajo (en este caso, los videojuegos) para olvidarse de sus conflictos personales o emocionales; y, en tercer lugar, que se centran demasiado en su trabajo y descuidan otras áreas. Esto conlleva el desarrollo de una serie de conductas, que abarcan desde una dedicación excesiva hasta una obsesión con su trabajo, de manera que no son capaces de desconectar de él. Por tanto, aunque la idea pueda parecer descabellada, tanto la psicología como la conducta de los gamers se corresponden con las de un adicto al trabajo. Sin embargo, el objetivo que muchos de ellos persiguen no es, a menudo, real. En la actualidad, muy pocos jugadores profesionales pueden generar ingresos suficientes como para dedicarse con exclusividad a ello.
En cualquier caso, los videojuegos tienen sus pros y sus contras. Como todo, un uso responsable asegura exprimir todo lo bueno de ellos: entretenimiento, diversión con los amigos y mejora de ciertas aptitudes mentales. Cuando se convierten en una actividad con demasiada importancia, ciertas actitudes patológicas salen a la luz. Por tanto, es necesario diferenciar cuándo son un medio de disfrute y cuándo una adicción a la hora de consumirlos, comprarlos o ver jugar una partida al mejor gamer de Youtube.
Fuente | Psychology Today