Desde que el ser humano es consciente de que la muerte es el final de su camino, se ha anhelado la inmortalidad de una manera u otra para hacer frente a esa angustia generada al pensar en la muerte. De hecho, la religión se trata, al fin y al cabo, de una perspectiva de vida con el objetivo de conseguir la inmortalidad en la vida de ultratumba. En general, esta visión de la vida ha sido la que más ha calado entre la gente ya que ofrece respuestas rápidas y sencillas (aunque algunas veces contradictorias) y no deja lugar a dudas a la incertidumbre que existe en la ciencia cuando aborda estas cuestiones. Ya se habló anteriormente en Medciencia que cuanto más seguridad haya en lo que se dice, más aceptación tendrá la idea. Es evidente, no convivimos bien con la duda puesto que preferimos las certezas absolutas.
Sin embargo, en los últimos tiempos, la ciencia nos está permitiendo abordar el tema de la muerte desde otra perspectiva, y los avances que se están consiguiendo en este campo está llevando el debate de la inmortalidad a la comunidad científica. Ahora, un nuevo estudio publicado por un equipo de investigadores españoles en la revista Cell, entre los que se encuentran Maria Blasco, Manuel Serrano, Carlos López-Otín, Linda Partridge y Guido Kroemer, ha revisado aspectos fundamentales sobre el envejecimiento permitiendo asentar una base mucho más sólida.
“En el campo del envejecimiento era notorio que había más teorías que evidencias experimentales. Esta revisión no habla de teorías, sino de evidencias moleculares y genéticas”, comenta Blasco.
Las claves del envejecimiento
El punto de vista que ofrece este estudio es muy claro: combatir el envejecimiento significa luchar contra las enfermedades de mayor incidencia en el mundo desarrollado, e incluso el equipo afirma que el cáncer y el envejecimiento pueden compartir un origen común; es decir, no se trata de no tener arrugas, sino de luchar contra estas enfermedades. Pero, ¿por qué se producen las “enfermedades de la vejez”? Simplemente por acumulación de daño en el ADN, como es el caso del cáncer, diabetes, enfermedades cardiovasculares, alzhéimer, etc.
“No se trata de no tener arrugas ni de vivir cien años a cualquier coste, sino de prolongar la vida sin enfermedad”, afirma Serrano que continúa aclarando que el objetivo consiste en identificar dianas farmacológicas que mejoren la salud humana durante el envejecimiento.
Por otra parte, este estudio también ha definido los nueve indicadores moleculares del envejecimiento jerarquizándolos en primarios (que es la causa desencadenante), la respuesta del organismo a esas causas, y los fallos funcionales resultantes. Así, si se actúa desde un principio, desde la causa desencadenante, los efectos conseguidos serán mayores.
Cabe destacar aquí un punto interesante sobre una de las respuestas del organismo frente a esas causas desencadenantes: la senescencia celular, que es un estado celular por el que la célula deja de dividirse cuando acumula muchos defectos. Este mecanismo previene el cáncer ya que cuanto más defectos acumule la célula, mayor será la probabilidad de que la célula progrese a un estado hiperproliferativo, que se divida mucho y descontroladamente. No obstante, esto también supone un gran inconveniente: al no dividirse la célula, no se puede regenerar el tejido, que es lo que sucede cuando se agotan las células madre y no son capaces de renovar el tejido.
Este doble filo también es compartido por los antioxidantes, rebatiendo así una idea muy extendida anteriormente de que los antioxidantes son los encargados del rejuvenecimiento al impedir la formación de especies reactivas de oxígeno (ROS). NO hay evidencia genética de que aumentar las defensas antioxidantes retrase el envejecimiento ya que, aunque los radicales libres en exceso son perjudiciales, en defecto también lo son puesto que son protectores del envejecimiento.
Asimismo, se ha abordado el papel de los mecanismos derivados del metabolismo en el envejecimiento, que tiene además una conexión con los oxidantes ya que las rutas metabólicas los generan, llegando a la conclusión de que la escasez de nutrientes en el organismo con el tiempo puede ser patológico. Se trata, pues, de otro arma de doble filo.
Conclusiones
El estudio ha abierto a la comunidad científica estrategias para frenar el envejecimiento asentando las bases necesarias para abordar este tema. De esta manera, expone que entender las conexiones de todos estos procesos, así como controlarlos, son la clave para luchar contra el envejecimiento. Una de las terapias que ya se está realizando es evitar el acortamiento de los telómeros (los extremos de nuestros cromosomas que impiden que nuestra información genética se deteriore) que en animales se ha conseguido frenar e, incluso, revertir.
De hecho, vivir más años ya se ha conseguido en algunas especies en los que depende de pocos genes, llegando incluso a duplicar los años de vida de los gusanos, hito realizado hace tres décadas. Es un hecho que en animales se están consiguiendo estos objetivos, pero falta lo más importante: extrapolar esos magníficos resultados a la especie humana, lo cual es verdaderamente un arduo trabajo pero que, con perseverancia, todo es posible pues solo hace falta echar un vistazo hacia atrás en el tiempo y ver lo que el paso del tiempo ha significado tecnológicamente a la humanidad.
“Las intervenciones dirigidas a disminuir o corregir los daños genómicos inherentes al paso del tiempo son todavía lejanas, pero las relacionadas con los sistemas de regulación metabólica pueden ser mucho más accesibles. No podemos aspirar a la inmortalidad, sino a la posibilidad de que la vida sea un poco mejor para todos”, concluye López-Otín.
Fuente: SINC