La maldición de no sentir el dolor

A primera vista el hecho de no ser capaces de sentir ningún tipo de dolor podría ser una de las mayores alegrías que podríamos tener. Pero no es oro todo lo que reluce, ya que el dolor es el signo de alarma que tiene nuestro organismo para avisarnos de que algo no va bien, o de que no debemos repetir ciertas conductas o situaciones. Sin ir más lejos, imaginad que os rompéis un brazo y ni lo notáis hasta que no os lo dice alguien, o que vuestro apéndice está a punto de reventar y no os dais ni cuenta (y, si explota, las consecuencias para el cuerpo son terribles). Pues existen individuos que si han vivido situaciones así, ya que sufren una enfermedad muy rara (la sufre una persona entre un millón): La analgesia congénita.

La analgesia congénita, o CIP en sus siglas inglesas, es una enfermedad genética, que puede ser de varios tipos, pero su forma más general consiste en que los individuos que la padecen experimentan todo tipo de sensaciones excepto dolor. Pueden sentir que se están cortando, la vibración de un golpe o el calor al contacto con una superficie caliente, pero no sentirán el dolor que acompaña normalmente a estas otras sensaciones.

Es un trastorno que no tiene cura. Lo único que se puede hacer es mantener al individuo fuera de las situaciones de riesgo. Imaginad lo complicado que puede ser esto en niños, pues la enfermedad se diagnostica cuando los padres se dan cuenta de que su hijo/a se ha roto algo y ni siquiera ha llorado ni ha dicho nada.

Eso si, como comenta el cirujano ortopédico Jan Minde, a pesar de que esta enfermedad provoca toda una serie de problemas asociados, los pacientes no mueren por la enfermedad, sino que pueden llegar a vivir muchos años.

Para un adulto, convivir con la situación de ser insensible al dolor es relativamente manejable, pero cuando se es un niño esto puede ser una verdadera pesadilla. Si ya de por si es normal que los niños se hagan heridas, golpes y demás y más de una familia se harte de acabar muy a menudo en el hospital o centro sanitario más cercano, pensad en añadirle una enfermedad como esta, donde un niño fácilmente puede romperse algún brazo o pierna, o fracturarse la cabeza, y los padres solo se dan cuenta si ven las manchas de sangre, porque el niño en si ni se inmuta.

Y no solo eso, sino que existen complicaciones adicionales a esta enfermedad, como por ejemplo la asociación de la anosmia o falta del sentido del olfato. Así pues, además de recibir golpes sin notarlos y acabar con fracturas inesperadas, los individuos con analgesia congénita también son propensos a intoxicarse con los alimentos, ya que no pueden notar si huelen a podrido por ejemplo. Además de los problemas internos, como el caso mencionado de un apéndice inflamado, o gastroenteritis, o algún tipo de infección dolorosa interna que no notaran por falta del dolor asociado.

En definitiva, eso de “no sentir dolor” no es tan bonito como parece, ni es un “superpoder divino”, ni mucho menos. Es una situación de riesgo asociada a todo lo que podemos llegar a vivir de por si, y hace más mal que bien en un paciente que sufra esto.

Vía: BBC.

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