En los conflictos armados, los militares no solo se enfrentan a la posibilidad de sufrir heridas graves y amputaciones como consecuencia de las balas y la metralla. También sufren situaciones extremas que pueden alterar su cerebro y marcarles de por vida. Así, la salud mental de este colectivo puede verse muy mermada durante la guerra, y sus secuelas pueden sufrirse e incluso acrecentarse varias décadas después de haber terminado ésta.
Los veteranos de guerra no se rigen por la lógica
Estados Unidos es el país que más estudios ha llevado a cabo acerca de la salud mental de sus veteranos. Una de las instituciones más reconocidas en este campo es el Trauma Center del Justice Resource Institute, dirigido por Bessel van der Kolk. Kolk es un psiquiatra especializado en el estrés post – traumático y afirma que, tras su participación en la guerra, los veteranos ven alteradas sus redes neuronales.
Llegó a esta conclusión hace algunas décadas, cuando realizó diversos estudios en los que observó qué áreas cerebrales se activaban al rememorar ciertos recuerdos y al responder a estímulos concretos. Encontró que, al evocar recuerdos traumáticos, el córtex prefrontal, encargado del procesamiento lógico de la información, prácticamente se “apagaba”. En concreto, el área de Broca, en gran parte responsable del lenguaje, era la más afectada. A la vez, el sistema límbico, donde reside el control de las emociones, aumentaba su actividad y se producían hormonas y neurotransmisores que preparaban al cuerpo como en una situación de estrés.
Este descubrimiento aporta dos lecturas. En primer lugar, demostraría que estas personas no serían capaces de enfrentarse a sus recuerdos utilizando la razón, por lo que se esperarían reacciones más viscerales y sentimentales. Por otro lado, la especial afectación del área de Broca indica la imposibilidad de expresar mediante palabras los sentimientos y opiniones que nacen al evocar el recuerdo. Este último comportamiento también puede observarse en personas implicadas en accidentes graves o ataques terroristas, por ejemplo.
La repercusión de los desórdenes mentales
Todas estas alteraciones cerebrales afectan de innumerables maneras a la vida diaria de los veteranos. En primer lugar, Kolk ha observado el desarrollo de una insensibilidad que les impide ser compasivos con los demás. Esto se debe a que, durante la guerra, el soldado termina por aislarse de las situaciones caóticas y crueles que le rodean, intentando impedir que le afecten. Puede suceder que interiorice esta actitud y siga con ella al retomar la vida normal. Otra de las consecuencias es el desarrollo de enfermedades del sueño. Se calcula que hasta un 54% de los militares sufren insomnio lo que puede dar lugar a desórdenes más graves.
Todo ello se traduce en el desarrollo de diversas enfermedades mentales como la ansiedad, la depresión, la dependencia a drogas y alcohol e incluso el suicidio. Este último caso es el más extremo. Sin embargo, es más habitual de lo que cabe imaginar y las instituciones estadounidenses están tomando medidas concretas para prevenirlo. De hecho, la Veterans Administration estima que 22 veteranos se suicidan en EE.UU. al día, cifra que ha sufrido un aumento significativo en los últimos años. Además, hasta un 69% de los fallecidos tenían más de 50 años, lo que indica que las secuelas pueden manifestarse varios años después de haber abandonado el conflicto.
Por la importancia que los veteranos de guerra tienen en el país norteamericano, se están llevando a cabo numerosos trabajos científicos con el objetivo de encontrar los tratamientos más eficaces a la hora de luchar contra estas enfermedades mentales. El objetivo que se persigue es conseguir que las áreas cerebrales afectadas vuelvan a funcionar. Para ello, y según Bessel van der Kolk, en muchos casos es suficiente con aportarle al afectado el afecto suficiente como para que tenga sensación de seguridad. Asimismo, el establecimiento de relaciones sociales a través de la música también ha demostrado ser una terapia efectiva.
Fuente | Psychology Today