Hace bastante tiempo que no hablamos sobre las vacunas, o más concretamente, sobre los peligrosos movimientos antivacunas que se están poniendo de moda (otra vez) en EE.UU. provocando verdaderas epidemias de algunos tipos de enfermedades que podrían haber dejado de existir. Las excusas son a cada cual más inverosimil, aunque hay alguna que en su momento se barajó pero ya se olían fallos en los estudios al respecto. Ahora, con este nuevo “boom” de casos de sarampión en EE.UU., muchos de los antiguos mitos han vuelto, y no me explico como es posible que se sigan creyendo, pues tan solo 1 de cada millón (sí, he dicho millón) de vacunados acaba en una reacción adversa… En otras palabras, es más fácil ser alcanzado por un rayo que sufrir una reacción alérgica por una vacuna.
Veamos algunos de estos mitos, analizados por el Dr. Sanjay Gupta.
1. Las vacunas causan autismo
Este mito debe ser el más famoso de todos, a causa de un estudio fraudulento del que ya hablamos en su día. Dicho estudio se publicó en 1998 en la prestigiosa The Lancet a cargo del Dr. Andrew Wakefield, en el cual se vinculaba el uso de vacunas con el autismo. A partir de esto, los padres de niños autistas se pusieron en pie de guerra, afirmando que a medida que disminuían las tasas de sarampión, rubeola o paperas, subían las tasas de autismo. O lo que es lo mismo, que las vacunas tenían la culpa de todo. Por ello, el movimiento antivacunas ganó mucha fuerza por aquel entonces, dando lugar a que muchos padres decidiesen no vacunar a sus hijos en Reino Unido y Estados Unidos.
¿Cuál era la realidad? Resultó que los coautores del estudio de Wakefiel decidieron retirar sus nombres del estudio en el año 2004, pues al parecer esta investigación se había pagado por un bufete de abogados con toda la intención de demandar a los fabricantes de vacunas. Además, ese mismo año, el Instituto de Medicina revisó estas evidencias en EE.UU., Dinamarca, Suecia y Reino Unido, sin detectar relación alguna entre vacunas y autismo.
Finalmente, en el año 2010, se concluyó que el estudio de Wakefield había falsificado datos y alterado historias clínicas de todos los pacientes incluidos en la investigación (que, cabe añadir, tan solo eran 12 pacientes, una muestra a todas luces bastante pequeña). Finalmente, The Lancet se retractó y Wakefield perdió su licencia como médico.
2. Las vacunas contienen veneno
Otra de las creencias sobre las vacunas es que el mercurio que contienen también puede acabar causando autismo. Esto se debe a que allá por 1930 se usaba un conservante llamado timerosal, que contiene una concentración muy baja de un compuesto de mercurio con el fin de evitar que las vacunas se alteren por el crecimiento de bacterias u hongos.
La realidad es que la cantidad de timerosal en las vacunas es irrisoria. Y, de todas formas, la FDA dejó de dar permiso para su uso en niños en 2001, y hoy en día la mayor parte de las vacunas rutinarias en niños menores de 6 años ni siquiera contienen dicho compuesto. Algunas vacunas para la gripe si lo contienen, pero como hemos dicho, no es preocupante.
Para acabar, su relación con el autismo es practicamente imposible, pues desde que el timerosal se retiró de las vacunas, los porcentajes de autismo diagnosticado han subido, y debería ser al revés, ¿verdad?
3. Las vacunas son una gran fuente de dinero y beneficios
Otra de las excusas para no vacunar parece ser la creencia de que los médicos y las farmacéuticas se llenan los bolsillos con los beneficios que sacan de dicha vacunación. Nada más lejos de la realidad, pues algunas aseguradoras pagan el coste de las vacunas con el fin de evitar tener que pagar más tarde la enfermedad que sufrirían sus asegurados si no se hubiesen vacunado. Es decir, pierden dinero en forma de inversión para no perder más después.
Por otra parte, un estudio del año 2009 afirmó que hasta un tercio de los médicos pierden dinero al recomendar vacunas. Claro, si evitamos enfermedades graves que consumirían un gran gasto de dinero (recordemos que hablamos sobre todo de países sin sanidad pública como EE.UU, pues en España las cosas son diferentes), la vacunación evita el gasto por un precio mucho menor.
4. Las vacunas contienen demasiados antígenos
Hoy en día existen cada vez más vacunas, y muchos padres se pueden preocupar del exceso de antígenos (partes agresivas de virus o bacterias que ayudan a crear resistencias contra la enfermedad) en los cuerpos de sus niños, pudiendo pensar que un cuerpo tan pequeño no puede manejarlos a todos.
La realidad es que hoy en día se usan muchísimos menos antígenos que hace 30 años. Como ejemplo, en 1980 se recibían alrededor de 3.000 antígenos entre todas las vacunas, y hoy en día, con más tipos de vacunas, tan solo se reciben 150, y son necesarios.
5. Las enfermedades para las que nos vacunan ya no existen
¡Ojalá! La única enfermedad que hemos logrado erradicar en toda la historia es la viruela, y nada más. Muchos padres pueden creer que es innecesaria tanta vacunación porque las enfermedades para las que nos protegen son muy poco prevalentes o inexistentes según el país del que hablemos. Sin embargo, como se acaba de demostrar en la avalancha de casos de sarampión de EE.UU., estas enfermedades siguen existiendo, son muy contagiosas, y se extienden con muchísima facilidad.
Ah, y cabe destacar que no son para nada inofensivas, pues sin ir muy lejos algunas de ellas pueden llegar a causar neumonías, daños cerebrales permanentes, sordera e incluso la muerte. Cada año se salvan hasta 6 millones de vidas de niños gracias a las vacunas, una cifra nada desdeñable.
Es posible que los casos no se vean, pero esto sucede, evidentemente, porque se ha llevado a cabo una correcta vacunación de los niños. No es que no existan, sino que se tienen más o menos controladas. Sin la vacunación pertinente, el riesgo de epidemia y sus consecuencias es bastante elevado.
Vía | CNN.