En los últimos años la ciencia ha ganado una gran importancia en la vida cotidiana y se ha popularizado hasta límites inimaginables hace menos de un siglo. Esto puede parecer bueno, y en general lo es, hasta que se mezcla la ciencia con intereses económicos. Entonces la cosa se pone turbia y el análisis objetivo de los datos queda cuanto menos en entre dicho. Uno de los mejores ejemplos de estos casos es la lucha actual entre la alimentación transgénica y la “ecológica” que se está llevando a cabo en EE.UU.
El problema de los alimentos transgénicos es el inherente a cualquier avance científico que trate de mejorar lo que existe en la naturaleza: Que algo sea natural siempre da más confianza al igual que todo lo que creamos artificalmente produce un rechazo de primeras.
Evidentemente es erróneo generalizar en estos términos, puesto que es mucho más letal un hongo venenoso que comer un trozo de plástico y los fármacos que nos curan las enfermedades son creados artificialmente, aunque sea a partir de plantas.
¿Qué pintan los científicos en todo esto?
Bien, ahora que hemos aclarado que nada es mejor o peor solo por ser natural o artificial, vayamos a nuestro ejemplo particular, los alimentos transgénicos.
Una empresa consigue crear una semilla genéticamente modificada que resiste mejor el mal tiempo y las plagas. El primer problema que hará que la gente lo rechace es el posible peligro que tienen estos alimentos para nuestra salud. Para confirmar que su nueva semilla no es perjudicial, dicha empresa contrata un grupo de investigadores para analizar los efectos de sus transgénicos.
Hasta aquí todo suena lógico y normal, pero entonces entra el factor humano y los intereses económicos. La empresa no encarga la investigación para saber la verdad sino intentando demostrar que puede vender sus productos; busca un beneficio y sólo quiere una respuesta. Eso es empezar mal una investigación, pero para que nadie ponga en entredicho su objetividad, encargan el estudio a organismo externos, generalmente el departamento de alguna universidad. Pero, claro, no todas las universidades son iguales.
Por lo general el prestigio de una universidad es un buen indcador de su fiabilidad a la hora de hacer análisis de transgénicos o lo que toque; pero también va de la mano de un precio elevado por realizar el estudio. Por otro lado está el interés de la universidad en recibir más contratos de investigación, con el beneficio económico que supone y entonces es cuando nuestro “organismo externo” tiene también interés en que el estudio tenga un resultado muy concreto. En nuestro ejemplo, demostrar que los transgénicos son buenos y que esa empresa les encargue futuros estudios.
Rizando el rizo: la lucha de empresas anti y pro transgénicos
Si esto os parece enrevesado y os parece que hace difícil creerse los estudios que se publiquen, aún no es todo; queda la otra cara de la moneda.
Siguiendo con el ejemplo anterior, imaginemos la situación de una empresa que se dedica a comercializar productos tradicionales, no transgénicos. El auge de los transgénicos les puede llevar a la ruina, por lo que intentarán salvar su negocio a toda costa. ¿El mejor arma? Buscar “evidencia” científica que pruebe que sus productos son mejores que los transgénicos.
Y aquí tenemos ahora dos bandos enfrentados por conseguir la mejor publicidad y las mayores ventas, pagando por estudios que desde un principio están sesgados y olvidándose de que lo que realmente importa es si los transgénicos son realmente perjudiciales para nuestra salud, y no qué empresa gana más dinero. Y los transgénicos no son el único ejemplo claro sobre esto. En un plano un poco menos principal, cualquier tecnología o innovación es susceptible de caer en esta prostitución científica.
Sin tener que pensar demasiado se me ocurren por ejemplo estudios encargados por los diversos gobiernos sobre la evolución de un país sobre su mandato con el fin de tener soporte “objetivo” de su buena administración. O incluso temas tan controvertidos como el de los transgénicos, de los cuales lo mejores ejemplos son la fractura hidráulica o los estudios que realizan las empresas petrolíferos sobre los daños medioambientales derivados de la explotación y extracción de crudo de alguna reserva.
¿Entonces a quién creo? ¿Es todo mentira?
Después de esta disertación sobre la prostitución de la ciencia por partes de las empresas puede parece que toda esperanza está perdida y que la realidad seguirá oculta para siempre; nada más lejos de la realidad. Hay muchas formas de condicionar los resultados de un análisis y el menos común es mentir directamente. Entre los más comunes se encuentran ocultar información o llegar a conclusiones que no se derivan directamente de los resultados. Pero no son las únicas, para nada.
Las estadísiticas son tan manipulables como ciertas. Si yo estoy en paro y mi amigo gana 10.000€/mes, eso significa que el sueldo medio de los encuestados es de 5.000€/mes, pero también puede verse como que la mitad de la población está en paro. Los datos son los que son, pero ni cuentan toda la historia ni es práctica habitual darlos sin manipular antes para conseguir la sensación que se desea. Dicho esto, personalmente sigo creyendo fervientemente en la honestidad de la comunidad científica.
Por mi experiencia y por lo que veo a mi alrededor creo que los investigadores que aceptan esta prostitución de su trabajo son pocos y repudiados por el grueso de la comunidad, Dicho esto siempre es bueno leer las publicaciones con espíritu crítico y procurando darle más importancia a los estudios realmente independientes. Y por independientes no quiero decir externos, sino totalmente independientes, aquellos en los que ninguna parte interesada a intervenido directa o indirectamente.
Sobre el problema de los transgénicos | NY Times