La mentira es un hábito que, quien más quien menos, acostumbramos a practicar con asombrosa destreza y frecuencia, nos demos cuenta o no. Dejando la ética de lado por un momento: ¿qué le pasa a nuestro cerebro cuando decimos una mentira? Y otra pregunta: ¿qué pasa cuando accedemos a la memoria del “engaño”? Al parecer, una mentira podría verse afectada profundamente por la manera en la que uno miente, según un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad del estado de Louisiana (Estados Unidos).
Publicado en la revista Journal of Applied Research and Memory Cognition, el trabajo examina dos tipos de mentiras: las descripciones falsas y los rechazos falsos, así como la diferente maquinaria cognitiva que utilizamos para grabarlas y recuperarlas.
Descripciones falsas
Las descripciones falsas se definen como “vuelos deliberados de la imaginación”: datos y descripciones que inventamos de algo que no sucedió. Pues según los resultados de la investigación, éstas son las mentiras que se recuerdan más fácilmente y que inducen menor cantidad de errores en quienes las cuentan.
Según los investigadores, las falsas descripciones siguen siendo más accesibles y más duraderas en nuestra memoria porque se gravan en nuestra potencia cognitiva. La cuestión es que si mentimos a alguien sobre algo que no pasó, debemos retener en la mente un montón de cosas.
En otras palabras, que los mentirosos tienen mucho trabajo en términos memorísticos: deben recordar lo que dicen, así como controlar el grado de verosimilitud de todo aquello que cuentan. También deben acordarse del grado de detalle con el que están contando las cosas y estar pendientes constantemente del grado de confianza aparente del oyente (y, en consecuencia, adaptar la historia para recuperarla o mantenerla). Y el registro de todos estos detalles y las descripciones se van generando a medida que se va construyendo la historia. Por lo tanto, no sólo se retiene la historia en sí, sino toda la información sobre el proceso de construcción. Y las recordamos casi siempre por el simple hecho del trabajo que supone su creación.
Cuando a los voluntarios del estudio se les pidió que recordaran sus propias falsas descripciones, sus narraciones eran prácticamente exactas a las del primer día. No sólo se acordaban de lo que decían, sino también de aquello inexacto en lo que iban contando.
Falsos rechazos
No puede decirse lo mismo respecto a los rechazos falsos. Este tipo de mentira consiste en negar algo que ocurrió realmente. A menudo es un tipo de mentira breve, por lo que la demanda cognitiva es mucho más pequeña. La conclusión parece simple: podemos caer más en el error con este tipo de mentiras. Según los investigadores, con una negación falsa no se da la construcción de detalles ni tampoco el recuerdo del acto en sí, al no haber mucha involucración cognitiva en la creación de la mentira y de la falsa negación. Al contrario que con las descripciones falsas, los sujetos a prueba tuvieron problemas a la hora de recordar sus propias falsas negaciones tras 48 horas de haberlas dicho.
Mejor decir la verdad
Pero ahora volvamos a la ética: ¿qué nos pasa emocionalmente cuando nos acostumbramos a decir mentiras? Pues que podría empeorar nuestra salud mental y nuestro bienestar en general. Por el contrario, decir la verdad aun cuando estamos tentados a mentir podría mejorar nuestros niveles de felicidad. Lo aseguraba un estudio al que investigadores de la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos) bautizaron como “ciencia de la honestidad” y que presentaron en la Convención Anual de la Asociación Americana de Psicología de 2012.
Los investigadores partieron de la base de unos indicios científicos que aseguran que, de promedio, los habitantes de Estados Unidos mienten un promedio de 11 veces por semana. En realidad se trata de mentiras cotidianas relacionadas con falsas excusas para explicar por qué llegamos tarde a un sitio o dejamos incompletas ciertas tareas, o bien son fruto de la tendencia a exagerar nuestros éxitos y talentos “adornándolos” con pequeños embustes.
Los investigadores se propusieron que los voluntarios del trabajo (110 personas de entre 18 a 71 años) redujeran a propósito este número de mentiras “cotidianas”, y encontraron que esta reducción podía asociarse con una mejora significativa de la salud.
En concreto, los participantes que dijeron menos mentiras informaron que sus relaciones personales cercanas habían mejorado y que sus interacciones sociales habían fluido sin problemas. En términos fisiológicos, los científicos analizaron una serie de parámetros ligados a la salud y pudieron comprobar que las personas que reducían su tendencia a mentir se encontraban más saludables, menos tensas y sobre todo, sufrían menos dolores de cabeza y menos problemas de irritación de garganta que el resto de los participantes.
Fuente | Sicencedaily
Imagen | Arthur Castro