Los horarios de las comidas, un curioso factor protector del riesgo cardíaco – Medciencia

horarios de las comidas

La tendencia que se busca a la hora de reducir nuestro riesgo cardiovascular mediante la alimentación suele ser el “qué comemos“, bastante lógico, pues sabemos que algunos alimentos son mejores que otros en cuanto a nuestro corazón se refiere. Sin embargo, es posible que también debamos tener en cuenta otra pregunta a la hora de comer, que sí solemos tener en cuenta, pero no por ello solemos respetar: “Cuándo comemos. Es decir, los horarios de las comidas. Parece tener poca relevancia, pero según un reciente estudio, los horarios de las comidas tendrían mucho que decir en el cuidado de nuestro corazón.

Los horarios de las comidas, un factor protector del riesgo cardiovascular

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La investigación, a cargo de los investigadores de la Universidad Estatal de San Diego junto al Instituto Salk, y publicada en la prestigiosa revista Science, afirma que limitar los períodos de tiempo de las comidas a unos horarios fijos podría prevenir problemas de envejecimiento cardíaco, al menos en las moscas de la fruta. De hecho, existirían genes responsables del ritmo circadíano relacionados con esto, pero no han sabido explicar cómo colaborarían en este envejecimiento del corazón.

En anteriores trabajos ya se había encontrado que aquellos individuos que tienden a comer más tarde durante el día y la noche tienen más probabilidades de sufrir problemas cardíacos, en comparación a los que suelen comer antes. Aquí el problema radicaría en el “cuándo comemos“, y no en el “qué comemos, curiosamente.

Para llegar a esta conclusión, se llevaron a cabo experimentos con moscas de la fruta de dos semanas de edad; se les dio una dieta estándar de harina de maíz y se les dejó comer libremente durante todo el día. A otro grupo se les permitió acceso al alimento tan solo 12 horas al día. Tras varias semanas se registró la cantidad de comida consumida y otros factores relacionados con el sueño, el peso y la fisiología cardíaca.

Tras tres semanas, los resultados fueron significativos: Las moscas que solo tenían acceso a la alimentación durante 12 horas dormían mejor, no ganaron tanto peso y sus corazones eran mucho más saludables, a pesar de que comieron una cantidad similar de alimento que el grupo de moscas con acceso a la comida durante las 24 horas. Además, se siguió el estudio, y tras cinco semanas los resultados eran los mismos.

Los horarios de las comidas y los genes del ritmo circadiano

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Tras comprobar sus resultados con varios grupos de moscas, más jóvenes y más mayores, los investigadores secuenciaron el ARN de las moscas para detectar los genes que habían cambiado como resultado de esta restricción de horarios en cuanto a la alimentación. Se identificaron hasta tres vías genéticas implicadas: TCP-1, metC y un conjunto de genes responsables del ritmo circadiano.

Se repitieron los experimentos con moscas sin genes TCP-1 y circadianos, y resultó que las moscas no consiguieron obtener los beneficios de la restricción temporal de la alimentación, demostrando así que estas vías genéticas son la clave. Sin embargo, aquellas moscas sin genes metC demostraron una mayor protección contra el envejecimiento.

El estilo de vida, los horarios de las comidas y la salud del corazón

En anteriores estudios ya se había demostrado que mantener unos horarios de las comidas restringidos (en ratones) podía ayudar frente a la obesidad y enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2. Ahora, gracias a este estudio, sabemos que existen incluso vías genéticas implicadas en el proceso, demostrando que los patrones de alimentación tienen un impacto más profundo en nuestro cuerpo del que pensábamos.

Evidentemente aún hace falta extrapolar los resultados a humanos, que aunque tenemos un gran parecido a nivel genético con las moscas de la fruta (y por ello se usan para investigación estos insectos), no es lo mismo. Los humanos no comemos lo mismo cada día, y nuestro estilo de vida determinada nuestros horarios de las comidas, junto al tipo de comida y la forma de comerla o cocinarla. Pero, como dicen los investigadores, al menos ya tenemos algunas bases para estudiar todo esto.

Vía | Universidad de San Diego.

Fuente | Science.

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