A menudo, la felicidad es definida como el estado subjetivo de estar bien (subjetive well-being) o de sentir satisfacción con la vida (Diener, Emmon, Larsen y Griffin, 1985; Diener, Sandvik, Pavot y Fujita, 1992). Sea cual sea la definición, ciertamente la felicidad la generan experiencias gratificantes que promueven sentimientos agradables o emociones positivas que se viven de forma interna.
Son varios los factores que se han relacionado con los niveles de felicidad y que durante años han sido investigados en muchos trabajos científicos: género, edad, estado matrimonial, ingreso económico, recursos materiales, etc. El matrimonio ha sido uno de los más estudiados.
Pico de felicidad cuando uno se casa
Algunos estudios al respecto indican que cuando uno se casa, o al menos tiene una pareja estable, se produce de forma automática un aumento de la felicidad. Pero ¿qué pasa con aquellos que expresan la voluntad explícita de quedarse solos porque sienten que es éste el estado emocional que más les favorece? ¿Podría depender la felicidad de la propia perspectiva de lo que uno espera del hecho de casarse o vivir en pareja? ¿O tener compañía funciona por sí sola como elemento crucial para lograr un aumento de la felicidad? ¿Está destinado a la infelicidad a largo plazo aquél que decide envejecer solo?
En una investigación de mediados del año 2012 llevada a cabo por científicos de la Universidad de Michigan y publicada en la revista Research in Personality, parecía confirmarse que el matrimonio podría ayudar a aumentar la felicidad. En el trabajo analizaron a 30.000 participantes en una encuesta británica de larga duración. La conclusión es que, si bien las personas casadas no parecen ser necesariamente más felices de lo que eran cuando eran solteros, el matrimonio sí que parece proteger frente a caídas normales de la felicidad que se producen durante la vida adulta.
En este trabajo, los especialistas han calificado la felicidad en términos de satisfacción individual. Este aspecto es más importante de lo que parece, porque en realidad no es más que la idea de que uno se alinee con sus valores. Cualquier individuo evaluará sus niveles de satisfacción global con la vida en base a sus valores individuales. Quienes den primacía a la familia, probablemente valorarán el hecho de estar casados; quienes den primacía a la carrera profesional, valorarán sus niveles de satisfacción global y felicidad en base a sus logros en el trabajo.
Existen muchos estudios previos que relacionan matrimonio y felicidad. Algunos antiguos: en 1938, algunos investigadores ya habrían tratado de determinar qué factores hacen que un matrimonio sea feliz y si las personas casadas eran más felices que los que habían decidido no casarse. Más recientemente, en enero de 2012, una investigación publicada en la revista Journal of Marriage and Family reveló que las parejas que cohabitan podría ser tan felices como sus homólogos casadas. Este estudio fue importante, porque hasta entonces se habrían estudiado casi en exclusiva los matrimonios.
Sonja Lyubomirsky, una experta en psicología positiva, habla en su libro The How of Happiness: A New Approach to Getting the Life You Want acerca de una investigación psicológica en la que se analizó a un total de 25.000 residentes de Alemania Oriental y Occidental, que fueron encuestados anualmente durante 15 años. De los encuestados, 1.761 se casaron y permanecieron casados, pero la evidencia indica que el matrimonio sólo tuvo un efecto temporal sobre la felicidad, ya que los individuos, en general, se adaptan a sus circunstancias. Si bien después de la boda se produce un impulso de felicidad que dura unos 2 años, pasado este tiempo se retorna a las líneas base de la felicidad (en el estudio comentado al inicio este pico comienza a descender pasado el primer año del matrimonio).
En base a estos resultados, salir de su soltería no resolvería exactamente nuestros problemas de felicidad más que un tiempito. Según el estudio de la Universidad de Michigan, es cierto que los niveles descienden hasta nivelarse a los previos al matrimonio, pero los felices esposos están mejor en términos de felicidad que antes de casarse.
La dificultad de valorar la felicidad
A pesar de que todos estos estudios confluyen en conclusiones parecidas, la realidad es que valorar la felicidad no es fácil, porque son muchas las variables que podrían estar desempeñando un papel en la valoración individual de felicidad. Podría ser, por ejemplo, que por naturaleza la persona tenga una visión positiva del mundo, o que esta persona no vincule necesariamente la felicidad a la intimidad. Por otro lado, cuando uno disfruta de su soltería (y los hay), ¿es el matrimonio la solución a la temida soledad a largo plazo?
Según la psicología positiva de Martin Seligman (basada en el bienestar y no en el tratamiento de las emociones negativas como hace la psicología tradicional), la felicidad podría construirse en base a tres pilares: vida placentera, vida buena y vida con sentido. Para el primer pilar, es importante llenar la vida de todos los placeres posibles, y aprender una serie de métodos para saborearlos y disfrutarlos mejor (compartirlos con los demás, aprender a describir y recordarlos y tratar de hacer conscientes estos placeres). El segundo nivel, el de la buena vida, se refiere a lo que Aristóteles llamaba eudaimonia, que ahora llamamos el estado de flujo. Para conseguir esto la fórmula es conocer las propias virtudes y talentos y reconstruir la vida para ponerlos en práctica lo más posible. El tercer nivel consistiría en poner nuestras virtudes y talentos al servicio de alguna causa que sintamos mayores que nosotros mismos, para darle sentido a todo esto.
Sin duda el matrimonio puede ser una culminación que da sentido a nuestras voluntades individuales, pero no para todos. La clave, por lo tanto, está en identificar nuestras voluntades de manera sincera y consciente. ¿Cuántas personas se casan sin en realidad quererlo?
Fuente | Psyschcentral
Imagen | juanjominor