Cuando los médicos de la Universidad de Iowa hicieron inhalar una dosis de inducción de pánico de dióxido de carbono a un paciente, ésta no tenía miedo. Sin embargo, pocos segundos después de la inhalación de la mezcla, gritó pidiendo ayuda, abrumada por la sensación de estar asfixiándose.
La paciente, una mujer de 40 años, tiene una enfermedad extremadamente rara, llamada enfermedad de Urbach-Wiethe que le ha causado grandes daños a la amígdala, un área del cerebro en forma de almendra conocida por su papel en relación con el miedo. No había sentido terror desde que contrajo la enfermedad cuando era una adolescente.
En un artículo publicado en la revista Nature Neuroscience, el equipo de la Universidad de Iowa proporciona una prueba de que la amígdala no es la única guardiana del miedo en la mente humana. Otras regiones – como el tronco encefálico, diencéfalo, o corteza insular – pueden sentir las señales internas más primitivas de peligro cuando se amenaza la supervivencia básica.
“Esta investigación señala que el pánico o miedo intenso, se induce en algún lugar fuera de la amígdala”, dice John Wemmie, profesor asociado de psiquiatría de la Universidad de Iowa y autor principal del artículo. “Esto podría ser fundamental para explicar por qué las personas tienen ataques de pánico.”
Si es verdad, los caminos recién descubiertos podrían convertirse en dianas para el tratamiento de ataques de pánico,síndrome postraumático de estrés, y otras afecciones relacionados con la ansiedad, causadas por un remolino de desencadenantes emocionales internos.
Décadas de investigación han demostrado que la amígdala juega un papel central en la generación de miedo en respuesta a las amenazas externas. De hecho, los investigadores de la Universidad de Iowa han trabajado durante años con esta paciente, y habían observado la ausencia de miedo cuando fue confrontada con serpientes, arañas, películas de terror, casas embrujadas y otras amenazas externas, incluyendo un incidente en el que fue retenida a punta de cuchillo. Pero su respuesta a las amenazas internas nunca había sido explorada.
Entonces, los investigadores decidieron evaluar a ésta y otros dos pacientes con la amígdala dañada con una amenaza bien conocida generada internamente. En este caso, se pidió a los participantes, todas mujeres, que inhalasen una mezcla de gases que contiene un 35 % de CO2, uno de los experimentos más comúnmente utilizados en el laboratorio para inducir un ataque de pánico breve que dura alrededor de 30 segundos a un minuto. Los pacientes tomaron una profunda bocanada del gas, y rápidamente tuvieron la clásica respuesta de pánico esperada de los que no tienen daño cerebral. Después, los pacientes describieron sensaciones que les eran totalmente nuevas, describiéndolas como “pánico”. Por el contrario, sólo tres de los 12 participantes sanos entró en pánico.
Cabe destacar que ninguno de los tres pacientes con daño en la amígdala tiene un historial de ataques de pánico. La mayor tasa de pánico inducida por el dióxido de carbono en estos pacientes sugiere que una amígdala intacta normalmente puede inhibir el pánico.
Curiosamente, los pacientes con la amígdala dañada no tenían miedo previo a la prueba, a diferencia de los participantes sanos, muchos de los cuales comenzaron a sudar y cuya frecuencia cardiaca se elevó justo antes de la inhalación de dióxido de carbono. Eso, por supuesto, era coherente con la idea de que la amígdala detecta peligro en el ambiente externo y fisiológicamente el organismo se prepara para hacer frente a la amenaza.
“La información del mundo exterior se filtra a través de la amígdala con el fin de generar miedo”, dijo Feinstein. “Por otra parte, las señales de peligro resultantes del interior del cuerpo pueden provocar una forma muy primitiva de miedo, incluso en ausencia de una amígdala funcionante”.
Fuentes: Science Daily