No me imaginaba lo picante que podría ser la comida tailandesa hasta que en un pustecito en Alemania me digne a elegir el plato con más advertencias sobre la cantidad de picante. La boca ardiendo, las lagrimas fuera y el estómago cerrado, tras un par de cucharadas. El sabor picante, indica a nuestros receptores localizados en la lengua que el alimento que estamos ingiriendo puede resultar tóxico en grandes cantidades. Lo que nos hace preguntarnos, ¿por qué seguimos comiendo alimentos picantes?
Una experiencia picante
Las preferencias por una comida u otra no están determinadas por el azar. Los mecanismos cognitivos involucrados en la preferencia alimenticia han evolucionado con el fin de buscar beneficios en la búsqueda de los alimentos que más nos interesan y evitar los que menos nos pueden aportar.
Por ejemplo, los alimentos azucarados tienen ese sabor peculiar para indicarnos que estamos ingiriendo un alimento altamente calórico, lo que nos ha permitido superar los obstáculos que la adversidad nos ha puesto a la hora de la búsqueda de comida.
Por otro lado, nuestra aversión por ciertos sabores o alimentos se debe en algunos casos por el usual contenido en patógenos que pueden transportar, o el efecto nocivo que puedan ocasionar en nuestro organismo. Las nauseas que aparecen cuando ingerimos estos alimentos pueden acabar en vómitos, que tienen como objetivo eliminar su huella.
¿Qué papel juega aquí la comida picante? Esta comida por regla general, suele contener altas cantidades de diferentes nutrientes. Muchas de estos nutrientes provienen de las plantas, que utilizan este sabor característico como repelente para no ser comidas.
El sentido no lo encontramos sabiendo que pueden ser perjudiciales para nosotros, sino conociendo que al mismo tiempo lo son frente a diferentes patógenos potencialmente peligrosos. Esto convierte a la comida picante en un arma de doble filo; la tomaríamos para hacerle frente a los patógenos con el riesgo de poder intoxicarnos.
Carta abierta a los patógenos
El clima condiciona el hábitat de los diferentes patógenos, siendo el más habitual el clima cálido o templado. La cebolla o el ajo, son ingredientes muy usados en la dieta de zonas caracterizadas por su clima cálido, de forma que respalda la idea de su uso antimicrobiano.
Actualmente, los autores de estos descubrimientos siguen analizando si ‘nos renta’ este intercambio entre toxicidad y patógeno al ingerir comida picante. Mientras tanto, no debemos sentir reparo alguno en echarle guindilla a nuestros platos, comer jalapeños o echarle salsa picante al filete.
Fuente | BioScience