El voluntario masculino SD43 se mueve inquieto por el laboratorio de Michael Ramscar, en la Universidad de Stanford. Esta todo el rato balanceándose a ambos lados y haciendo sonidos graciosos con la boca. Un investigador se acerca a SD43 y le enseña una marioneta de trapo con forma de vaca: “Este es el Señor Muu, ¿le puedes decir hola?”
El objetivo del laboratorio de Ramscar es tratar de entender mejor como aprenden el idioma los niños pequeños, y por eso los “sujetos de prueba” para sus experimentos son niños de entre 2 y 6 años, momento en el que comienzan a asociar cada cosa de su entorno con su palabra correspondiente. Actualmente el laboratorio está centrado en cómo los niños aprenden los colores, y para ello, el Señor Muu está mostrando rotuladores de diferentes colores a SD43 preguntándole de qué color son.
Este ejercicio puede parecer simple para un adulto pero no para un niño pequeño. Y especialmente si su lengua natal es el inglés. Lo habitual es que el niño falle una cantidad asombrosamente alta de veces, y esta cantidad de fallos sigue siendo elevada en niños más mayores, de hasta unos 7 años, lo que es más preocupante teniendo en cuenta que el niño ya sabe atarse los cordones o montar en bicicleta.
Esta falta de aprendizaje de colores desespera a los padres haciendo pensar que su hijo puede ser daltónico. De hecho, durante los experimentos el padre o la madre pueden estar presentes siempre y cuando tengan los ojos vendados. La experiencia demuestra que cuando el familiar observa a su hijo fallar los colores acaba poniéndose nervioso y tratando de corregirle.
Realmente la forma de nombrar los colores es una cuestión cultural. Una prueba de ello es que en diferentes idiomas los colores “básicos” cambian, por ejemplo, en español los colores básicos son los que podemos encontrar en cualquier caja de lápices de colores: blanco, negro, amarillo, azul, verde, rosa, naranja, morado, marrón, gris. Si compramos una caja con más colores, ya empezamos a llamarlos “claro” o “oscuro”. De hecho, existen idiomas en los que los colores básicos son otros, por ejemplo en el Himba, un dialecto del norte de Namibia, el color “zoosu” incluye lo que llamamos negro, verde, azul y morado oscuro; y el color “Serandu” incluye al rosa, morado claro y rojo. Incluso hay idiomas que aunque tengan un vocabulario parecido para los colores, éstos no representan los mismos “colores básicos”, como pasa en el Coreano y en el Ruso.
De esta forma, el aprendizaje de los colores depende en gran medida del idioma. Y de hecho, los niños que tardan más en aprender los colores son los de habla inglesa (recordemos que el laboratorio está en Stanford, Estados Unidos). En niños con otras lenguas natales (incluido el español) este fenómeno es menos evidente, aunque también exista.
Para saber por qué un niño español de dos años gana al niño ingles en reconocer el color amarillo, necesitamos entender cómo funciona nuestra atención. En una conversación, tratamos de saber sobre lo que se está hablando buscando normalmente pistas visuales. Por ejemplo, si hablo de “la cosa de la esquina” buscaremos con la mirada para saber de qué estamos hablando.
Los niños realizan el mismo proceso cuando aprenden una palabra, solo que de una manera mucho más activa. Si señalamos un perro y decimos “perro”, el niño asociará la palabra a lo que tiene la atención centrada. El problema con los colores en el inglés es la manera de nombrarlos: mientras que en español decimos “la pelota roja” en ingles se invierte el orden siendo “the red ball”. Cuando señalamos la pelota ante el niño y decimos primero el color normalmente es asociado como si fuera el nombre del objeto y no un adjetivo, cuesta más tiempo entender la palabra “rojo” se refiere a la cualidad “color” del objeto y asociar cada color observado.
Para comprobar esta teoría, volvemos a nuestro sujeto SD43. Este niño de dos años forma parte de un experimento de aprendizaje de colores junto con otras dos docenas de niños. A la mitad de los niños se les enseñan los colores usando el inglés tradicional (the red ball, la roja pelota) mientras que a la otra mitad se les adaptan las frases para invertir el orden (the ball is red, la pelota es roja). Tras un entrenamiento rápido, los niños con la frase atributiva (la pelota es roja) mejoran de manera significativa la identificación de los colores.
En el español, donde lo habitual es usar los adjetivos después del nombre no tenemos ese problema, así que accidentalmente nuestro idioma es mucho más propicio para aprender los colores rápidamente. Aun así, conviene no jactarse de este hecho, ya que a pesar de todo, todos los niños (independientemente de su idioma) aprenden antes los objetos que los colores.
Es fácil para un niño de dos años entender la distinción entre “perro” y “oso”, ya que se suelen usar en contextos y situaciones diferentes; por lo tanto si tienes tres años y estas intentando aprender a que cosa se le llama “perro”, probablemente “oso” no sea una de ellas. En cambio los colores están presentes en todos los objetos y es difícil ver algún objeto de únicamente un color en la vida real. Además, al ser una propiedad, el niño debe deducir cuál de todas las propiedades que observa en la pelota es la que llamamos “rojo”, pasando por su forma o su tacto. Y como detalle adicional usamos una gama cromática con colores que pueden llegar a ser confusos, como el “naranja” y el “rojo”, de manera que el niño tiene que aprender a clasificar los tonos.
En resumen, aprender los colores es una de las cosas más complicadas que empezamos a hacer en la vida. No es raro que uno de los primeros temas del inglés en el colegio sean, precisamente, los colores.
Fuente | Scientific American