Cada año en todos los informativos y durante la época otoñal se anuncia la gran campaña de vacunación de la gripe, con su personal de riesgo típico (inmunodeprimidos, ancianos y personal sanitario entre otros) y la llamada a acudir a los centros de salud de cada población para salvarse de la epidemia.
Pero, realmente, ¿por qué no existe una vacuna única para la gripe igual que hay para el sarampión, la rubeola e incluso el papiloma humano o VPH? En términos científicos, la causa es la elevada variabilidad antigénica que posee el virus de la influenza, pero vayamos por partes.
Para empezar, existen 3 variedades del género Influenzavirus: A y B (los más corrientes) y C (más raro). Su forma de actuar contra nuestro cuerpo es la misma para los 3, y nuestro sistema inmune tiene mucho que ver en los síntomas que se sufren durante un síndrome gripal.
Entre los síntomas del influenzavirus tenemos malestar general, dolor articular, fiebre, tos, dolor de cabeza y garganta… Realmente todos estos síntomas, como he dicho antes, no se deben solo al virus sino también al tipo de respuesta de nuestro organismo (por ejemplo, en las reacciones alérgicas, la culpa de los estornudos o incluso shocks anafilácticos son causados completamente por la respuesta de nuestro organismo y no por ningún patógeno ajeno).
Este virus posee unas espinas (las H y las N) que serán las que causaran el daño y producirán una respuesta inmune. Nuestros anticuerpos atacaran directamente a estas espinas y aquí está la clave de la variabilidad de la influenza: cada año, estas espinas cambian, y entre diferentes especies animales el virus también es diferente (recordemos el famoso virus H1N1 o gripe porcina, y el virus H5N1 o gripe aviar). Por tanto, cada vez que la espina H o la espina N cambia, la vacuna debe ser diferente.
Las combinaciones pueden ser múltiples y variadas: H2N2 (como la gripe asiática de 1957), H3N2 (como la gripe de Hong-Kong de 1968) o H1N1 (como la gripe Rusa de 1977). En definitiva, pueden existir hasta 256 combinaciones diferentes, y como consecuencia cada año es necesario cambiar la vacuna para proteger a la población.
Cada 2 o 3 años, hay un cambio de H o N menor (solo cambian una de las dos espinas) y cada 10 años hay cambios mayores (cambian las dos espinas) y se producen las grandes epidemias gripales, afectando también a los individuos jóvenes de forma más frecuente.
Así que, por desgracia, seguirá siendo necesario para las personas de riesgo vacunarse cada año, por si acaso.