Basta dar un paseo por Internet para encontrar cientos de imágenes que nos confunden: vestidos que cambian de color, objetos que nos hacen ver una figura que no existe, juegos con la profundidad y la perspectiva, imágenes estáticas que parecen moverse… Todas ellas son ejemplos de ilusiones ópticas que engañan a nuestro cerebro. Pero, ¿por qué se producen? Para responder a esta pregunta, tenemos que atender a la enorme complejidad de nuestro sistema visual, en el que el cerebro juega un papel fundamental.
El sentido de la vista reside en el cerebro
Hasta mediados del siglo XX, los científicos asociaban la visión del color a las longitudes de ondas que emitían los objetos. Así, percibiríamos un objeto de color rojo porque en la retina incidiría una luz de longitud de onda amplia, un objeto de color negro porque no reflejaría ningún tipo de luz, y así sucesivamente. Sin embargo, en 1959, los científicos encontraron un fenómeno que no podía ser explicado por esta teoría: la constancia del color. Los objetos reflejan longitudes de onda distintas en función de ciertos parámetros, como la iluminación. De este modo, la luz que emite un objeto iluminado artificialmente es muy diferente a la que emite cuando lo dejamos al sol a mediodía. Sin embargo, nosotros percibimos el color prácticamente igual en ambas situaciones. Esto puso de manifiesto que la teoría anterior simplificaba demasiado las cosas y dejaba de lado al órgano fundamental de la visión: el cerebro. El cerebro se encargaría no solo de interpretar la información proveniente de la retina, sino también de completarla, lo que puede entenderse estudiando algunas ilusiones ópticas.
En la actualidad, se sabe que el cerebro analiza por separado toda la información transmitida por la retina. Esta información viaja a través del nervio óptico al núcleo talámico, que se encarga de enviarla a la corteza visual primaria, en la parte posterior de nuestra cabeza. Esta estructura se encarga de dividir la información y llevarla a la corteza visual secundaria. Esta estructura tiene distintas regiones que procesan la información por separado: forma, color, movimiento, profundidad… Esto conlleva una gran especialización en el estudio de los factores de la imagen; sin embargo, puede también dar lugar a errores si hay zonas de la corteza visual que transmiten información contradictoria. El cerebro ha desarrollado a lo largo de al evolución mecanismos para corregir estos errores, que salen a relucir cuando estamos ante una ilusión óptica. Algunas de las más famosas son las siguientes:
1. Ilusión de Ponzo
Un buen ejemplo de hasta qué punto vemos con el cerebro y cómo este nos “engaña” es la Ilusión de Ponzo. En ella, vemos dos segmentos sobre unas vías de tren. Aunque parece que el primero es más grande que el segundo, es fácil comprobar que ambas líneas son del mismo tamaño. La explicación radica en que la retina ve solo en dos dimensiones, y es nuestro cerebro el que crea una imagen en 3D, lo que da lugar a equivocaciones. En este caso, la convergencia de las líneas verticales, así como que las horizontales se encuentren cada vez más cerca, da lugar a una cierta percepción de la profundidad que hace que visualicemos el segundo segmento más lejos y, por tanto, más grande.
2. Triángulo de Kanizsa
Otra llamativa ilusión óptica es el triángulo de Kanizsa. En él, puede verse claramente un triángulo cuyos vértices están formados por los círculos recortados de la figura y que, sin embargo, no existe. Esto se produce porque el cerebro necesita reconocer formas y objetos familiares y tiende a formar imágenes completas (en este caso, el triángulo), a partir de elementos individuales (los círculos de los vértices).
3. Constancia del color
El tercer y último tipo de ilusión óptica que trataremos es la que se refiere al color de las figuras. En este caso, se perciben los recuadros señalados como A y B de distinto color; sin embargo, en la figura de la derecha se demuestra que son iguales. Esto se debe al fenómeno nombrado anteriormente, la constancia del color. Nuestro cerebro utiliza el contexto para “decidir” el color de un objeto determinado. En este caso, el cuadrado B está rodeado por una zona más oscura, la sombra del cilindro, por lo que el cerebro cree que su color es más claro de lo que realmente es. Por el contrario, el A estaría en una zona más clara, por lo que el cerebro interpreta su color como más oscuro de lo normal. Al basarse en el contexto, el cerebro mantiene el color de las cosas aunque cambiemos el tipo de luz que incide sobre ellas.
Las ilusiones ópticas, producto de la evolución
Es cierto que el cerebro nos hace percibir una imagen distorsionada de la realidad, lo que quiere decir que no vemos el mundo tal cual es. Sin embargo, esta capacidad de completar información ha sido clave en nuestra historia evolutiva. Si no viéramos como una ilusión óptica el último ejemplo, los objetos cambiarían de color constantemente.
Además, la tendencia de nuestro cerebro a establecer figuras y reconocer patrones, puesta de manifiesto con el triángulo de Kanizsa, tuvo que ser fundamental en su día para imaginar constelaciones y estudiar el movimiento de las estrellas. Movimientos que sirvieron a nuestros ancestros para saber la estación de año que se avecinaba y, con ella, si llegaban lluvias o sequías. En infinitos casos son útiles las aproximaciones que hace nuestro cerebro aunque, en algunas ocasiones, den lugar a ilusiones ópticas. Por ello, es posible que el cerebro nos engañe, pero si lo hace es para simplificar un mundo demasiado complejo y para dar una visión de él acorde con lo que necesitamos.