Nunca nos consideramos una de esas personas que no se comprometen con nada, con ello al menos queremos ser comprometidos con la visión de nosotros mismos. Lo cierto es que probablemente sí tengamos problemas con el compromiso. Es lo que fomenta la sociedad hoy en día. Vivimos en una sociedad en la que es difícil comprometerse, una sociedad que acepta y ofrece oportunidades a aquellos que no se comprometen. Hoy voy a hablar de los factores sociales o culturales que pueden incidir en la aparición de problemas de compromiso en general, pero sobretodo en las relaciones de pareja.
¿Qué factores influyen?
Para empezar la esperanza de vida ha aumentado. Esto quiere decir que tenemos más tiempo para casarnos, para tener hijos, para comprarnos una casa… Esto consigue que nunca acabemos de verlo como algo cercano y que lo vayamos posponiendo. Al fin y al cabo, ya habrá tiempo para eso.
Vivimos en una sociedad impersonal. Antes las relaciones eran mucho más importantes, vivíamos en grupos sociales más pequeños que dependían unos de otros. Las relaciones sociales eran vitales en el desarrollo de la vida. Siempre había gente a nuestro alrededor, la prosperidad dependía de tener un buen círculo cercano. Las familias eran numerosas y permanecían unidas. Cada uno tenía su función social y económica y todos se enriquecían de ello. Uno hacía el pan (y solo hacía eso) y dependía del otro que cultivaba naranjas para comer. Todos dependían unos de otros para sostener el grupo social. Hoy en día las personas ya no tienen una función clara. Antes nacías siendo el hijo del carpintero y ya tenías oficio. Nacías con una función, una ubicación en la sociedad definida. Ahora hay que buscarla, y no entre pocas… Hoy en día nacemos con una pizarra en blanco, prácticamente podemos ser lo que queramos… Tal abanico de oportunidades abruma y hace que nadie quiera comprometerse con algo por si no es lo que quería… Al ser humano cuanto más entre lo que elegir se le da, más difícil le resulta la tarea.
Tenemos miedo a equivocarnos, por ello buscamos una excesiva certidumbre al tomar las decisiones. No queremos decantarnos por nada hasta estar totalmente seguros de que es la opción correcta, que no hemos perdido una oportunidad mejor. Al fin y al cabo las oportunidades parecen ser muchas… Da la sensación de que podemos dejar pasar una si no estamos seguros pues puede que tal vez otra mejor aparezca. Tenemos miedo a equivocarnos, porque eso no está bien visto. Tenemos miedo a elegir una opción que luego nos desagrade. Pero ¿Qué pasa con el miedo? El miedo ciega, el miedo frena, el miedo nubla el juicio. Al miedo hay que enfrentarse pues se vuelve un enemigo muy poderoso que se alimenta a sí mismo. Tenemos miedo a depender de alguien, tenemos miedo a que nos hagan daño, tenemos miedo al sufrimiento, tenemos miedo a lo que pensarán los demás, a veces incluso tenemos miedo a ser nosotros mismos.
A todo ello hay que añadir que nos acostumbramos a ser egoístas, pues es lo que hay que hacer en una sociedad competitiva, en la que hoy en día por ejemplo hay una oferta de trabajo para 500 que la quieren. Es la ley del más fuerte. En un mundo globalizado, impersonal y distante no nos podemos permitir frenar nuestra carrera para ayudar al que no avanza porque nadie se parará a ayudarnos a nosotros (o eso pensamos).
Además todo es obsoleto. Hoy en día uno no puede comprometerse ni cuando compra un televisor o un móvil, estos nos duran 2 años como mucho (antes un televisor era para toda la vida). Con las relaciones pasa lo mismo… Siempre parece poder haber algo mejor. Siempre estamos pensando si por estar con tal persona dejamos pasar a tal otra. Las relaciones ya no son como antes. Antes uno tenía pocas parejas, en ocasiones solo una. Hoy en día esto no es lo habitual, de hecho la sociedad fomenta la promiscuidad al verlo como símbolo de éxito, hasta una cierta edad. Nos parece ridículo comprometernos con una sola pareja por ejemplo a los 23 años cuando no pensamos casarnos hasta los 35. Pueden pasar muchas cosas en ese camino, pueden aparecer muchas oportunidades que perderemos. Por ello rechazamos o no aceptamos con esas edades relaciones que impliquen ningún grado de compromiso pues sería meternos en algo de lo que después nos costaría salir, algo en lo que no queremos estar. Por lo que de primeras bloqueamos el camino a oportunidades, por si acaso. Pero nada dicta que el amor de tu vida no pueda por casualidad ser el que conoces con 23 años. El problema es estar cerrados a esa opción, dejarla pasar.
Y ¿Qué ha pasado con los roles de ambos sexos? Los roles de ambos géneros han cambiado. La mujer (sin ánimo de ser feminista) ha adquirido roles nuevos, es su época de expansión. Estos roles en ocasiones son incompatibles con sus roles “tradicionales”. Hoy en día una mujer no tiene porque casarse o ser madre. Puede ser directiva de una empresa (lo cual dificultará que esté en casa criando a los hijos), puede ser madre soltera, puede adoptar a un hijo de otro país, puede casarse con alguien de su mismo sexo, puede dedicarse a cualquier tipo de profesión. Esto hace que las mujeres no se conformen, que busquen más, que quieran crecer. La mujer tiene claro que debe buscar el éxito en aquella faceta que desee (que puede ser perfectamente la de formar una familia). La cuestión es que la mujer ahora tiene poder de decisión, y todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Ahora las mujeres tienen la responsabilidad de tomar la decisión correcta y ello puede llevar a posponer ciertas decisiones que antes se tomaban de muy jóvenes. Las mujeres quieren además al hombre perfecto, ahora son ellas las que deciden y quieren hacerlo bien. En contraste el género del hombre en la sociedad se ha difuminado. Antes el hombre mandaba, el hombre elegía. Ahora ya no tienen tanto poder de elección y esto es confuso. Los hombres antes eran los que tenían el deber de ser exitosos en su trabajo para mantener a una familia, a una mujer. Protegían a la familia y debían ser el “cabeza de familia”. Eran los fuertes, los que tomaban las decisiones. Hoy en día la mujer puede hacer esto por sí sola. Los hombres están algo perdidos en cuanto a su rol en la sociedad, en cuanto a sus opciones. Ya no están limitados a ese rol y pueden realmente hacer lo que quieran, lo cual hace que se planteen que es lo que realmente quieren.
No debemos por su puesto dejar de lado la explosión de la sexualidad, faceta que tiene mucho peso hoy en día. A las personas se nos juzga por nuestra sexualidad como una faceta en la que ser exitosos. Antes la sexualidad era del hombre. Ahora la mujer explota su placer también. Y la sociedad en cualquier caso bombardea todo con ese halo de sexualidad.
Per hablemos de la educación: En ambos géneros ha cambiado. A la mujer se la educa para ser lo que quiera, para ser luchadora, para buscar el éxito. Pero se nos sigue ofreciendo una educación interpersonal o emocional mucho más extensa que nos ayuda a afrontar todos esos cambios y pasos vitales. ¿Qué ocurre con los hombres? Los hombres siguen en cierta manera recibiendo parte de la educación tradicional (ser fuertes, competitivos, mantener una familia…) pero sin esa educación emocional tan profunda. Creo que esto hace que se encuentren aún más confusos. En parte es difícil afrontar los cambios vitales sin unas herramientas emocionales adecuadas. Además salen a un mundo que ha cambiado y que rechaza parte de esos valores en los que han sido educados. Un mundo que ahora les exige esa faceta más emocional para las relaciones pero que no se les ha enseñado a desarrollar.
Además los medios de comunicación como la televisión, las revistas, etc… Fomentan un ideal de belleza, un ideal de relación amorosa que no es realista. Fomentan ideales de belleza inalcanzables para muchos, pero que todos acabaremos buscando. En cierta manera la sociedad ha priorizado el exterior de las personas en detrimento del interior. Ahora la imagen cuenta mucho más que antes. Y será un factor que influirá mucho en la elección de pareja para procrear. Pero claro el amor basado en aspectos superficiales presenta luego incompatibilidades más profundas de carácter que pueden aparecer posteriormente y que pueden romper las relaciones pues no estaban asentadas sobre cimientos sólidos. Además ahora todo el mundo quiere una pareja con éxito, con un camino en la vida. Pero aparte de todo esto los medios fomentan un ideal de relación muy ambiguo. En parte se premia la promiscuidad excesivamente en todas las series de televisión, pero a la vez se idealiza una concepción excesivamente romántica (o peliculera) del amor en el que los amados hacen lo imposible el uno por el otro, se regalan viajes a París, arriesgan su vida por el otro, lo dejan todo… Luego todos acabamos buscando nuestra pequeña historia de película pero sin querer renunciar a la diversión de la promiscuidad. Las expectativas suben, las decepciones se acumulan. Perdemos de vista que al final lo que importa es lo que hay dentro de las personas, los valores, los cimientos. Podemos tener un amor incondicional, sí. Pero que nos lleven a París no va a hacer un amor incondicional, estamos basándonos en datos incorrectos para buscar lo que queremos. Asumimos que lo que quieren los demás es lo que queremos nosotros pues, al menos, parece ser lo correcto si es lo que todos hacen.
Las tecnologías hacen todo muy impersonal, nos abren las puertas a una cantidad de contactos sociales inmensa que hace que el abanico de posibles parejas sea muy grande. Es muy fácil conocer gente. Las redes sociales también suponen problemas por exponer a la sociedad aspectos que antes eran personales: antes tú tenías tu pareja y eso era cosa tuya, ahora es cosa de facebook y de todo el que quiera opinar. El facebook y otras redes sociales empiezan a demostrar cómo pueden de hecho ser una parte central en muchas discusiones de pareja y empeorar problemas de celos.
Justo estos últimos años se solapa todo esto con un sentimiento de indefensión y desesperanza, nos educaron pensando que podíamos ser lo que quisiéramos y ahora la situación económica nos lo impide. Ahora que empezamos a saber lo que queremos resulta que no podemos conseguirlo, que las oportunidades que creíamos existían ya no son tantas. Nos sentimos fracasados. Llegamos a pensar que hagamos lo que hagamos no importa. Que lo que ocurre a nuestro alrededor no depende de nosotros. Se difumina nuestra responsabilidad (como ocurre en todos los grupos sociales grandes). Hoy en día ya nadie asume responsabilidad en sus actos. Este es un gran problema en las grandes sociedades. Sabemos lo que queremos pero no estamos dispuestos a sacrificar nada por el camino para obtenerlo.
Aparece la generación NI-NI, impulsada por todo lo anterior.
Por supuesto la familia pierde valor como entidad, ya no se respeta como antes. Ahora la gente tiene hijos sin pensar en lo que ello conlleva o en el bando opuesto directamente no los tiene.
Todo esto hace que ya individualmente no sepamos hacia dónde vamos, lo cual hace difícil que podamos compartir ese camino con otra persona. No sabemos qué queremos o hacia dónde vamos y posponemos la elección (definitiva) de pareja hasta tener todo ello claro. Además estamos acostumbrados a estar solos. Este es uno de los mayores problemas… Mucha gente manifiesta que se acostumbra a vivir sola, a sacarse las castañas del fuego, a no tener que dar explicaciones a nadie ni hacer cuentas y que una vez uno se amolda a eso es difícil luego abrirse a otros. Es difícil expresar lo que sentimos si siempre hemos estados solos psicológicamente, si nunca hemos comunicado lo que sentimos.
Realmente creo que existe una fobia al compromiso. Un miedo intenso. Pero el miedo solo puede vencerse enfrentándose a él. El miedo es una pared que aunque parezca enorme y sólida está hecha de humo. La solución pasa por atravesar esa pared y ver que hay detrás, si lo que tememos está ahí realmente o no (probablemente no). El miedo a equivocarnos es irreal pues realmente la vida consiste en experimentar y aprender y en todo ello están de base los errores. Los errores son el motor del cambio, del impulso a mejorar, sin errores no hay crecimiento personal. Luego el miedo frena nuestro crecimiento personal. Una cosa es no querer pareja (lo cual está muy bien) y la otra es tener miedo a tenerla.
Si no tenemos una relación o tal trabajo que sea porque no lo queremos, no porque lo temamos. No tenemos por qué estar en pareja, hay gente que es muy feliz soltera. El problema es los que no son felices ni en pareja ni sin ella porque se mueven por el miedo.
Fuente: Mailonline.
Imagen: Wikimedia commons.