En MedCiencia ya hemos hablado alguna vez de cómo son capaces de adaptarse los organismos a vivir en ambientes extremos como, por ejemplo, las profundidades marinas, las fumarolas volcánicas o los desiertos. Vivir en la alta montaña también se considera un ambiente extremo siendo el principal problema la disponibilidad de oxígeno. Un equipo de investigadores de la Universidad de Griffith ha participado en un estudio para analizar las modificaciones genéticas que existen en el carbonero terrestre, Parus humilis, que le han permitido adaptarse a las condiciones extremas que existen en su hábitat natural, la meseta tibetana. Los resultados han sido publicados en la revista Nature Communications.
Adaptándose a vivir en condiciones extremas
La meseta tibetana es uno de los hábitats más hostiles de la Tierra. Siendo la mayor meseta del mundo con 2.5 millones de kilómetros cuadrados, la altitud media es de 4.500 metros. Existen puntos en los que se sobrepasan los 5.000 metros, la disponibilidad de oxígeno en el aire es de un 60% menor que al nivel del mar y la temperatura oscila entre -4ºC y -40ºC. En estas condiciones ¿cómo se las apaña este pequeño pajarillo para sobrevivir?
Los investigadores han descubierto unas modificaciones genéticas que lo hacen posible. Este pequeño pajarillo vive en la línea de árboles que se encuentran a altitudes de entre 3.300-5.400 metros. A diferencia de sus parientes más cercanos, se alimenta del suelo y excava túneles y madrigueras para descansar y anidar allí. Sus patas son más largas, su tamaño corporal es mayor y el color de su plumaje es más pálido.
Las adaptaciones genéticas descubiertas en este animal son las siguientes:
- Una selección positiva de genes implicados en la respuesta a la hipoxia y desarrollo del esqueleto.
- Existe una expansión de los genes implicados en el metabolismo de los ácidos grasos para poder soportar el frío extremo.
- La aparente pérdida de genes para proporcionar inmunidad frente a patógenos, incluyendo bacterias y virus. Los investigadores piensan que es debido a que hay menos microorganismos en este tipo de hábitat y el riesgo de infecciones oportunistas es menor.
- Una reducción del sentido del olfato. Esto podría estar ligado a la limitada variedad de aromas que se encuentran en la meseta tibetana pero este punto aún crea discordancia ya que el yak, que comparte hábitat con el ave, tiene un mayor número de genes de receptores olfativos en comparación con el resto del ganado. En este punto se necesita hacer un estudio más a detalle comparando los genomas de especies emparentadas.
Gracias a este estudio se ha conseguido una nueva comprensión de las adaptaciones únicas y necesarias que las especies de este ambiente extremo necesitan para vivir allí. Los próximos estudios deberán centrarse en comparar los genomas de especies estrechamente relacionadas que habitan tanto a grandes altitudes como a bajas para explorar la base genética de las adaptaciones.
Fuente: Eurekalert