La semana pasada comentábamos que la felicidad no está causalmente relacionada con una mayor longevidad. Por lo tanto, si vamos a vivir lo mismo siendo felices que infelices, ¿por qué no elegir lo primero? Hoy vamos a hablar sobre uno de los componentes más importantes de la felicidad: la compasión. La mayoría de las personas tiende a pensar que cuanto más dinero tenemos, más generosos somos con los demás. Pero, ¿qué dice la ciencia al respecto?
Según el Dr. Dacher Keltner de la Universidad de California, Berkeley, la gente adinerada da más dinero a las ONGs porque tienen más cantidad disponible para dar. Sin embargo, los estudios demuestran que las personas de clase media y baja donan en proporciones más altas que las personas de clase alta. En los experimentos realizados por el laboratorio del propio Dr. Keltner, dieron $10 a voluntarios para que compartieran la cantidad que quisieran con un extraño. Las personas con ingresos más bajos dieron más dinero. Numerosos estudios sobre cómo la riqueza, la educación y el prestigio predicen la generosidad son concluyentes: las personas con ingresos más bajos ayudan más a otras personas que aquellos con ingresos más altos.
Supervivencia de la especie y compasión
Cuando existe falta de apoyo institucional y aparecen graves dificultades en la vida de una persona, lo único que le puede ayudar a sobreponerse de esa situación es la conexión con otras personas. A través de la formación de relaciones sociales estrechas nos aseguramos que el “hoy por ti, mañana por mí” se cumple. Ayudas a alguien que se le ha roto el coche o que tiene que dejar a sus hijos solos para ir a trabajar, y ellos también lo harán por ti. La base de esta teoría, formulada por el laboratorio del Dr. Keltner, sostiene que las personas tienen una gran capacidad para crear lazos ante situaciones amenazantes.
Los resultados de sus investigaciones muestran que la compasión y la intensidad emocional positiva está ligada a la actividad cerebral del nervio vago. Teniendo en cuenta la implicación fisiológica del nervio vago con la compasión, los estudios del laboratorio del Dr. Keltner resultan concluyentes: las personas con menos ingresos muestran una mayor respuesta del nervio vago que las personas con ingresos más altos.
¿Quiere decir esto que las personas ricas no necesitan conexión social? Por supuesto que las relaciones sociales son necesarias para todos los seres humanos, pero las personas de estratos sociales más altos no suelen necesitar de sus amistades para protegerse de amenazas físicas reales. El dinero, para bien o para mal, reduce los problemas de salud y seguridad pero también limita la exposición al sufrimiento ajeno. En la mayor parte de los países occidentales, la clase alta y la clase baja no suele coincidir porque los niños van a diferentes colegios, viven en diferentes barrios y los adultos trabajan en diferentes industrias. En internet vemos algún que otro vídeo de situaciones de pobreza muy tristes pero no tenemos a esas personas delante para interactuar con ellas.
Los prejuicios del rico
La falta de exposición real a situaciones de necesidad es sólo una cara de la moneda. La otra parte del problema quizás sea un poco más grave y se resume en que las personas desarrollamos creencias que nos ayudan a poner nuestros propios intereses primero. La creencia de que uno tiene el control de poder subir o bajar en la escalera social genera conceptos erróneos en la sociedad como “la pobreza es una cuestión de carácter”. En el caso de la tuberculosis, antes de que se conociera la bacteria que la causaba, doctores y políticos creían que el problema era la personalidad de los más desfavorecidos porque la tuberculosis era más frecuentemente en sectores de pobreza. Esta idea de que existía algún tipo de condición médica relacionada con la mentalidad pobre es bastante anticuada. Por contra, las personas de clases sociales más bajas tienen un concepto más sofisticado sobre los logros en la vida: parte de tu éxito depende de la educación, otra parte depende de tu carácter y otra parte depende de tus oportunidades.
La falta de oportunidades y la desigualdad social es un gran problema en la salud de las personas. Los perfiles de clases sociales más bajas estudiados por la Universidad de Berkeley refleja más ansiedad, sensación de amenaza, mayor sentimiento de vergüenza y estigmatización. Todo ello es malo para la salud del cuerpo y la mente. Y aunque quizás nuestros políticos y grandes empresarios sean ricos, y por lo tanto estén menos interesados en estos estratos sociales en riesgo, la medicina y la comunidad científica sí que está buscando soluciones.
Entre otras prácticas, es importante dar a conocer estos y muchos otros estudios que informen de la importancia de compartir, de encontrar soluciones y prestar atención a las cosas que realmente aportan felicidad. En palabras de Dacher, “los seres humanos hemos evolucionado para compartir”. Sobrevivimos como sociedades de cazadores-recolectores donde no compartir significaba morir. La desigualdad social que existe en el mundo hoy en día es fruto de esa falta de compasión, del egoísmo. Por lo tanto, y como conclusión, es de vital importancia transmitir la necesidad de trabajar valores como la compasión y la gratitud en nuestras familias, en las escuelas, y en las empresas. Se beneficiará nuestro propio bienestar y seguramente estaremos aportando nuestro granito de arena en la sociedad.
Fuente: Greater Good Science Center
Imágenes: Senior Living, Flickr