En más de una ocasión os hemos hablado de la importancia de las feromonas humanas. Concretamente, hace un tiempo mi compañera Elisabeth profundizó en ese tema al hablar de la química entre dos personas, y hace relativamente poco yo os hablé sobre la importancia del olor dentro de la atracción humana. Sin embargo, cabe destacar un apunte crucial: Sabemos que las feromonas existen en el mundo animal, pero, ¿qué son exactamente? ¿hasta que punto conocemos las feromonas humanas?
¿Qué son las feromonas?
Para meternos un poco en materia, veamos de que estamos hablando. En principio la descripción de las feromonas de hace unos 50 años (en 1959) fue que consistían en sustancias o compuestos químicos liberadas en forma de sudor o cualquier tipo de secreción, ya fuera en animales o humanos, todo esto ligado al hecho de que tanto nuestra especie como otro tipo de animales posee un sistema olfactivo diseñado para detectar y discriminar entre miles de compuestos. Tras la liberación de tales sustancias, otras criaturas pueden olerlas y responder en consecuencia (mediante la atracción, como supuestamente sucede en los humanos). Sería lo que hoy en día se conoce como comunicación química.
Desde su definición, los científicos han encontrado muchos ejemplos de comunicación feromonal en animales, donde destacan algunos comportamientos inmediatos tras dicha comunicación olfactiva. Un ejemplo de esto sería la hembra de la polilla de seda, la cual libera una molécula que atrae de forma infalible a los machos. Por otra parte, hay feromonas más lentas, como sucede en la molécula alfa-farneseno de la orina de los ratones macho, que consigue acelerar la pubertad de las hembras de ratón.
Ahora bien, ¿qué sucede en los seres humanos?
El problema de las feromonas humanas
Obviamente, tras los ejemplos anteriores, debemos afirmar que las feromonas existen. Pero, ¿también existen en los humanos? Sabemos que el olor corporal si que puede provocar unas u otras respuestas en los humanos; nuestro sudor y secreciones afecta a la disposición de reproducción de otros de nuestra especie (en definitiva, el olor es importante en la atracción). Uno de esos ejemplos se observó ya en 1970 donde unos investigadores observaron cambios en el ciclo menstrual de las mujeres al estar expuestas al sudor de otras mujeres. Y, por otro lado, el pasado año 2011 un grupo de científicos de la Universidad Estatal de Florida demostró que el olor de la ovulación de las mujeres conseguía aumentar los niveles de testosterona de los hombres.
Pero… no sabemos si había feromonas de por medio.
Sabemos que estas cosas suceden y son observables, pero no existe evidencia actual alguna de que este comportamiento se deba a cualquier señal química humana. Por lo visto nuestras reacciones son más sutiles y más difíciles de detectar que las que produce una polilla, por lo que los investigadores han optado por proponer otro tipo de mensajeros químicos, sin contar con las feromonas, un tipo de mensajero que afectaría al estado de ánimo y al estado mental del receptor.
Se intentó en 2009 por parte de los investigadores de la Universidad Stony Brook, donde se demostró que oler el sudor de paracaidistas podía aumentar la capacidad de una persona para discriminar entre expresiones emocionales más bien ambiguas. Esto indicaría que existe algún tipo de molécula en el sudor que puede producirnos una señal de alarma, mantenernos en alerta y estar más atentos. Pero, de nuevo, no se ha conseguido identificar la molécula específica causante de tal alerta. No sabemos si existe una “feromona humana” como tal.
Habrá que seguir buscando. Pero al menos ahora ya sabéis: Si alguien os habla de las feromonas, o productos químicos, o “pociones del amor” que contengan tales moléculas, pedidles el estudio a favor. Ya os adelanto que tal estudio aún no existe.
Vía | Scientific American.