Un niño de 6 años en estado grave por el movimiento antivacunas

vacuna

Durante la tarde de ayer, los diferentes medios de comunicación se hicieron eco de una triste noticia: un niño de 6 años de Olot (Girona, España) se encuentra ingresado grave en la UCI del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona por difteria, una enfermedad que llevaba sin aparecer en España desde 1987 gracias a las vacunas; han pasado 28 años hasta que ha vuelto a entrar en escena una enfermedad que ya estaba erradicada del mapa español.

¿La causa? Sus padres no lo vacunaron y dejaron a su hijo indefenso ante la bacteria que produce la enfermedad, una grave irresponsabilidad por su parte y que a la vez pone en peligro la salud de otros niños que no estén vacunados. De nuevo, tenemos aquí la consecuencia de una actitud tan irracional como la decisión de no vacunar a los hijos. De la gran cantidad de corrientes pseudocientíficas que gozamos hoy en día (se adentran en campos tan diversos como la alimentación, cosmética o en la propia medicina entre otros), el movimiento antivacunas es posiblemente una de las más peligrosas.

En EEUU es un problema mayor aún, pues los estadounidenses están viviendo uno de los peores brotes de sarampión de los últimos años debido a esta brillante actitud de los padres de no querer proteger a sus hijos frente a estas enfermedades infecciosas. A pesar de la evidencia apabullante de la efectividad de las vacunas (la erradicación mundial de la viruela es prueba de ello), cuesta creer que haya personas que las cuestione y las considere perjudiciales para la salud.

El fraude del investigador Andrew Wakefield

Un personaje fundamental para comprender el auge que está teniendo este movimiento es, sin duda, Andrew Wakefield, un ex cirujano e investigador británico que publicó un artículo de investigación en 1998 en unas de las revistas médicas más prestigiosas, The Lancet. En este artículo, la conclusión era muy clara: la vacuna triple vírica (sarampión, parotiditis y rubeola) provocaba autismo en los niños a los que le había sido administrada. Wakefield plantó la bomba que tanto daño haría posteriormente.

La comunidad científica se alarmó con el tema (no era para menos) y lo investigó más a fondo. Cuando revisaron el estudio de Wakefield, descubrieron rápidamente que se trataba de un fraude, ya que manipuló deliberadamente tanto la muestra como los resultados del ensayo clínico con el objetivo de llegar a esa conclusión para conseguir los suculentos beneficios económicos que obtendría por ello.

Finalmente, The Lancet retiró el estudio en cuestión y se revocó la licencia de Wakefield para ejercer la medicina en Reino Unido. Pero daba igual que se impartiera justicia, el daño ya estaba hecho. El estudio fraudulento engendró un miedo injustificado en ciertos sectores de la población que empezaron a sospechar de la seguridad de las vacunas.

Movimiento antivacunas en todo su esplendor

¿Resultado? A día de hoy todavía pulula el mito de que la vacuna triple vírica provoca autismo, lo que ha engendrado una desconfianza en una parte de la sociedad por las vacunas. Enfermedades que habían sido eliminadas en un país, como la difteria en España, están reapareciendo nuevamente.

Esperemos que esta insensatez no se extienda más de lo que ya se encuentra y acabe engrosando la lista de las víctimas que han perecido por los partidarios del movimiento antivacunas. Cuando las creencias rayan lo absurdo, y este caso lo es con todas las letras, las consecuencias pueden ser nefastas.

Me es inevitable recordar este fragmento de Carl Sagan extraído del libro “El mundo y sus demonios” en alusión al auge de las pseudociencias (el movimiento antivacunas es un tipo de ellas) y el peligro que suponen para la sociedad:

“La llama de la vela parpadea. Tiembla su pequeña fuente de luz. Aumenta la oscuridad. Los demonios empiezan a agitarse.”

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